En el futuro, se dará a la humanidad informes, ahora reservados, sobre los lamas, sacerdotes
y profetas que se han retirado, a fin de ayudar al hombre en su desenvolvimiento. Entonces,
sabremos que estas grandes almas, constituyen un poder conjunto, que impulsa el
bienestar espiritual y moral del mundo. El estudiante debiera estar siempre alerta, para recibir
comunicaciones de China, del Tibet y de otras partes del mundo, especialmente desde Amíérica,
donde hay varios de ellos. El estudiante puede recibir, fácilmente, tales mensajes desde tan
grandes distancias, porque el pensamiento es más ligero que la electricidad.
Algunos de estos Instructores y los pupilos de los mismos nos parecerán extraños, por
cuanto no se ajustan a nuestros míétodos de vivir; al principio, pueden parecernos simples e
infantiles; sin embargo, dentro de sus propios límites de vibración, exceden en mucho a los
llamados cultos y educados, de acuerdo con las normas de Harvard y Oxford.
Probablemente, interesará al lector saber que, ni el estudiante, ni su Instructor, conocen
al fin a que están destinados, hasta los tres meses o un poco menos.
Cuanto más profundamente penetra el estudiante en sus mundos interiores, y en la oposición
de los mismos, más latente deviene su llamada personalidad. Porque el conocimiento
que obtiene no lo dota de las cualidades, que el hombre de negocios trata de adquirir; una de
las grandes artes del yogui es hacer olvidar su personalidad; pero sus palabras quedarán para
siempre en la mente de uno. Este poder lo desarrolla al punto, que puede casi desarraigar el
recuerdo de su apariencia personal. Esto quiere decir que, los yoguis pueden manipular sus
atmósferas, de tal manera que la mente no registre sus vibraciones. Esta es una forma peculiar
de invisibilidad, aunque no de desmaterialización. Por experiencia hemos conocido a un Instructor
aparecer en un momento de gran crisis, para luego despuíés desvanecerse repentinamente.
Al penetrar en los estados inferiores, no respondemos al principio, a las condiciones
atómicas de los mismos. Nuestras mentes propenden a quedar confusas, y nuestros cuerpos,
astral y mental, toman la apariencia del período elemental de la luna, lo que les da una forma
alargada, y nos parecemos a la obra de algunos de nuestros escultores modernos, que han sido
capaces de llegar hasta sus antecesores primitivos y atraer substancias atómicas de tales edades.
Si analizamos la tendencia del pensamiento, que obra en silencio en la juventud de hoy
día, descubriremos rebelión contra la llamada expresión acadíémica del arte. Porque estos
hombres han despertado, dentro de sí mismos, estos díébiles ecos de un pasado lejano, más
allá de la forma y de sus diferentes atributos; y de la misma manera que trabajan a base de pasados
remotos, es de esperar que tambiíén trabajarán desde el remoto futuro, en que se manifestarán
las substancias atómicas del sol.
Al contemplar el ojo discernidor las obras modernas de tales hombres, se dará cuenta de
que íéstos han alcanzado la realización de cosas que, para esta Era, han pasado inadvertidas.
En las esferas inferiores, lo mismo que en las superiores, encontramos una intensidad de expresión
que, en lo futuro, se transferirá a la expresión artística del mundo. Allí a la belleza no
se la llama belleza, sino el símbolo de aquello a lo que el Intimo desea que respondamos; es la
expresión de la Realidad, manifestándose por medio de la forma.
El estudiante buscará, con frecuencia, entre artistas y escultores, a los que han desarrollado
sus Escudos de Plata; desgraciadamente encontrará muy pocos que hayan alcanzado tal
desenvolvimiento, y, de consiguiente, la luz que viene del Intimo.
En el período intermedio de la Nueva Era, a estos artistas, que han perdido sus vocaciones
y han tenido que trabajar por cosas materiales, por ser incapaces de expresarse creativamente,
se les dará libertad para expresarse a sí mismos.
Cuando los artistas malignos trabajan, a veces se inspiran, inconscientemente, en una
fuente que está más allá del bien y del mal, y por ello su genio maligno les castiga.
Artistas y escultores son, con frecuencia, yoguis naturales; porque, cuando se sumergen
enteramente en su obra, siguen una dirección natural, en la que se encuentran los átomos que
llevan al yogui a un estado de bienaventuranza inconsciente; a una forma de Nirvana; en tales
momentos, un Rembrandt o un Velázquez, pondrán en su obra la substancia que hará de ella
una obra maestra, capaz de dominar a las mentes de quienes la estudian. Whistler reconoció
que, fueron los veinte minutos de trabajo inconsciente, los que hicieron el retrato de su madre
la obra maestra, que se encuentra en el Museo de Luxemburgo. En tales obras, encontramos
que la pincelada se dió, al parecer, sin esfuerzo, con precisión y seguridad, convirtiendo a tales
cuadros en valores inapreciables.
El mundo trata a nuestros artistas sin consideración a su sensibilidad; trata de acorralarlos
en sus propios planos de pensamiento. Mentes comerciales e industriales han esclavizado,
con frecuencia, a genios; con objeto, según dicen, de “hacer un buen negocio comercialâ€.
Cuando se analizan las obras de los grandes artistas, se descubre, con frecuencia, que
trabajaron sobre base científica, y que muchos de sus descubrimientos se adelantaron a su
tiempo. Claudio Monet, cuyas teorías sobre el color fueron ridiculizadas, al principio, y, más
tarde, resultaron científicamente correctas, es un ejemplo. Se puede citar tambiíén a Miguel
Angel, a Leonardo Da Vinci, a Rembrandt y a otros