No hay mal que cien años dure, dice el refranero popular. Ni tormenta que no escampe, añade. Es cierto que tres años y medio pueden no parecer tantos, pero en el mundo empresarial todo pasa muy deprisa y los tiempos no son los mismos que para el común de los mortales. Este caso, además, es especial. Y no sólo porque Argentina haya necesitado 42 meses para determinar que la entrada de Telefónica en el capital de Telecom Italia no daña la competencia en el país austral cuando a Brasil le bastaron seis. No. Lo que ha hecho eternos estos tres años y medio es lo que ha sucedido durante. La presidenta Cristina Fernández no ha dado su brazo a torcer porque una autoridad de competencia haya cambiado de opinión y no vea problemas para el mercado cuando antes sí los veía, sino porque en este tiempo ha sido incapaz de expulsar a Telecom Italia del país y, al final, ha decidido rendirse.
Por eso, el reconocimiento oficial que llegó en la madrugada de ayer del fin de las hostilidades es la historia de una victoria. Sobre todo, gana Telecom Italia, pero con ella tambiíén Telefónica.
Y es que la entrada de la española en el capital de la italiana fue el detonante de un conflicto sospechoso desde el principio. La primera pista fue que la mecha no prendió de manera inmediata. La alianza entre Telefónica y Telecom Italia siempre fue más defensiva y a largo plazo que siníérgica. Es decir, la toma de una participación por parte de la española tuvo mucho que ver con que no lo hiciera un competidor y con un planteamiento a futuro de estrechar los lazos cuando los proteccionismos políticos lo permitieran. Mientras tanto, las compañías sólo contaban con dos mercados claros para hacer sinergias, porque eran los únicos donde ambas estaban presentes. Uno es Brasil; el otro, Argentina.
Pese a ello, las aliadas nunca pensaron en que hubiera problemas en Argentina. En Brasil sí, y por eso condicionaron el pacto a que las autoridades brasileñas dieran el visto bueno y no forzaran a ninguna de ellas a vender sus filiales en el país. La operación se anunció en abril de 2007 y seis meses despuíés Brasil daba su bendición a cambio de condiciones muy aceptables. Todo hacía pensar que los problemas de competencia estaban resueltos, ya que Argentina en ningún momento durante ese tiempo reclamó la necesidad de una investigación.
Fue en noviembre de 2007 cuando el conflicto argentino estalló. El grupo Werthein, propiedad de una de las familias más importantes del país y socio de Telecom Italia en la operadora Telecom Argentina, denunció a su ex aliado ante los tribunales. La excusa eran los posibles perjuicios para su participada, ya que la entrada de Telefónica en el capital de la italiana podía llevar a ambas compañías a favorecer a la filial de la española. Según diversas fuentes, sin embargo, en la denuncia tuvo más que ver una opción de compra que tenía Telecom Italia para comprar la participación de los Werthein en Telecom Argentina a muy bajo precio.
En principio, esta familia no quería quedarse con Telecom Argentina, sólo conseguir un mejor precio, pero su movimiento dio una idea al Gobierno argentino: aprovechar la entrada de Telefónica en Telecom Italia para crear un operador nacional, según reconocen varias fuentes implicadas en el proceso. El Ejecutivo tenía dos posibilidades, expulsar a Telefónica o a Telecom Italia. Optó por la segunda, convencido de que no iba a poner demasiados reparos. Asfixiada por su deuda, a la italiana podría no importarle hacer caja.
Telecom Italia, sin embargo, resistió. Cada iniciativa de expulsión por el supuesto daño a la competencia fue contestada con un recurso ante los tribunales. La presión llegó hasta el punto de que a Telecom Italia se le congeló toda su capacidad de gestión y todos sus derechos políticos en Telecom Argentina mientras lidiaba con una orden para abandonar el país antes del pasado mes de agosto.
A la italiana le respaldaron dos aliados inesperados: la falta de grupos locales deseosos de comprar Telecom Argentina y los tribunales. A principios de año empezaron a llegar sentencias judiciales que inhabilitaban la orden de expulsión. El primero en rendirse fue el grupo Werthein. En agosto, aceptó que Telecom Italia aumentara su capital en la filial y llegara al 58%. Huíérfano de opciones, el Gobierno argentino no ha tenido más remedio que enterrar el hacha de guerra. Telecom Italia se queda. Ya hay bendición oficial.
Un motivo menos de crítica
Telefónica ha intentado vivir todo el proceso con distancia y tranquilidad. Brasil es un país clave tanto para ella como para su aliada, Telecom Italia, pero si la italiana tenía que salir finalmente de Argentina a la española tampoco el iba a importar demasiado. El problema claramente no era financiero, pero sí de imagen. Los conflictos de Telecom Italia en Argentina han servido de base para una campaña de críticas a la alianza en Italia. Durante este tiempo se ha culpado a Telefónica de no aportar nada positivo con su entrada en el capital de la operadora nacional y, en cambio, de provocar la expulsión de Argentina de Telecom Italia mientras la española permanecía cómodamente al mando de su filial en el país latinoamericano.
Ese problema está resuelto ahora de una forma que, además, mejorará la cuenta de resultados de Telecom Italia, por la mayor participación en Telecom Argentina y unas plusvalías contables de 250 millones que se va a apuntar por la operación.
A cambio, Telefónica sólo se compromete en no participar en las decisiones de la filial argentina de Telecom Italia, algo que ya firmó en 2007.