Por... Cristina López G.
Hay momentos en la vida, en los que vale la pena detenerse para rendir tributo a quienes lo merecen por su honor, abnegación, sacrificio y noble espíritu. Habitualmente a esos, raras veces se les reconoce su míérito.
Este es uno de esos momentos: levanto mi copa (por lo menos la literaria) en honor al contribuyente salvadoreño, por su admirable generosidad. A pesar de la dolorosa crisis económica que aprieta los bolsillos de muchos hogares, el noble trabajador salvadoreño invita a su presidente y ministros a desplazarse por la ciudad en más camionetas de las necesarias, regalándoles la gasolina y la seguridad, sin pedir, por el favor, nada a cambio: ni calles en buen estado, ni seguridad personal para sí mismo.
Tan bueno es el contribuyente salvadoreño, que no solo limita su generosidad al presidente de la república: con sus impuestos, tambiíén lleva, sin siquiera preguntar dónde o para quíé, a muchísimos diputados en viajes alrededor del mundo. Para no molestarles, no se exige que rindan cuentas con esos engorrosos trámites de la empresa privada, que solo da viáticos contra factura: es tal la confianza que tenemos como pagadores de impuestos en nuestros diputados, que los viáticos se les dan completos, independientemente los usen todos o no. Y en el caso del diputado Gallegos, se realice el viaje o no, y que puede devolver dependiendo de la presión que le haga el presidente de la asamblea, a quien tambiíén patrocina el contribuyente, diversos lujos para que disfrute de la comodidad que merece su cargo.
Y no puede dejarse fuera, en este canto a la magnanimidad del contribuyente nacional, el generoso patrocinio que hace de la propaganda del gobierno. Consciente de que la imagen de nuestros políticos es algo muy importante para el desarrollo del país y el bienestar de los ciudadanos, el contribuyente salvadoreño aporta gustosamente sus recursos limitados para que no se escatime en brillantes campañas de propaganda, y anuncios de televisión que maquillan nuestra realidad como película de ciencia ficción.
La solidaridad del contribuyente salvadoreño no se termina con los funcionarios gubernamentales. Tambiíén se extiende, abundante y generosamente, a los empresarios del transporte colectivo, de la manera más desinteresada: sin pedir nada a cambio, ni siquiera un servicio de transporte decente y limpio, ni motoristas capacitados y respetuosos de las leyes de tránsito.
Y sin embargo, no hay que exagerar las alabanzas, pues a pesar de tanta generosidad, aún no basta. El díéficit fiscal del Estado se debe, seguramente, a que el contribuyente salvadoreño no está pagando suficiente, por lo que el gobierno busca diseñar un plan para aumentar los impuestos. Seguramente, en la lista de prioridades, importa más que el contribuyente siga siendo solidario con la propaganda, los viáticos, los lujos y los subsidios mal focalizados, a que ahorre o invierta su dinero en fines que le generen más beneficios, o sirvan como fuente de empleos. ¡A su salud, contribuyente salvadoreño!