Por... Jerry Taylor y Peter Van Doren
No nos malinterprete: si fuentes de energía renovable y poco contaminante pudiesen sustituir a los combustibles fósiles sin enormes subsidios de los contribuyentes que perjudicarían la economía, usted nos encontraría al frente de sus partidarios. Pero la inquebrantable devoción del presidente Obama por la energía limpia —invocada memorablemente en su discurso inaugural— debería preocuparle a cualquier persona que no crea en lanzar dinero público a industrias sin la esperanza de una recompensa final para el contribuyente o el consumidor.
En la escalinata del Capitolio, Obama se refirió nuevamente a la energía limpia como la energía del futuro, diciendo: “No podemos ceder a otras naciones la tecnología que potenciará nuevos empleos y nuevas industriasâ€. Tambiíén repitió el argumento de que la energía limpia es un requisito necesario para salvar al mundo del catastrófico calentamiento global. Consideremos ambos puntos.
Si la energía limpia es la energía del futuro, entonces esto constituye una novedad para los analistas de la administración Obama. La Administración de Información de Energía de EE.UU. (EIA, por sus siglas en inglíés) —el brazo analítico del Departamento de Energía de EE.UU.— predice que la energía renovable (excluyendo los biocombustibles líquidos como el etanol que son, actualmente, tan carbono-intensivos como el crudo de petróleo) aumentará de un 8 por ciento del total del consumo de energía en EE.UU. hoy a un gran total de 11 por ciento en 2040. Además, esa modesta ganancia en la cuota del mercado no se espera que provenga de mejoras en la habilidad de la energía limpia de competir con los combustibles fósiles. No, la EIA estima que este aníémico crecimiento se deriva “principalmente de la aplicación de… programas de generación de energía renovable de la cartera estándar estatal (RPS)†(es decir, programas estatales que simplemente dictan que una cierta cantidad de las energías renovables sean producidas sin importar el costo).
Si este es el pilar principal del plan del presidente para crear puestos de trabajo, entonces estamos en serios problemas. En primer lugar, no hay evidencia para sugerir que la energía “limpia†requiere de más mano de obra que la energía “cafíéâ€. Despuíés de todo, una vez que los parques eólicos o las instalaciones solares son construidas, estos no necesitan de una gran cantidad de empleados para darles combustible u operarlos a menos que, por casualidad, se dañen. Si la construcción de las plantas es la principal fuente de creación de empleos, entonces se podría alcanzar el mismo fin mediante la construcción de museos, carreteras, refinerías de petróleo, o incluso una docena de pirámides de estilo egipcio.
Para ser justos, hacer previsiones de las cuotas en el mercado de energía del futuro es un ejercicio problemático y —si el pasado sirve de prólogo— casi inútil. Mucho depende de las innovaciones tecnológicas y descubrimientos que están aún por suceder (y podrían no ocurrir nunca). Incluso en la víspera de una revolución en la fracturación hidráulica, pocos analistas vieron algo distinto a precios siderales del gas natural. Aún así, los pronósticos de la EIA son nuestras suposiciones más educadas sobre el futuro —y, por desgracia, incluso aquellos que reciben sus salarios de la administración de Obama creen que la energía limpia seguirá siendo un actor pequeño en los mercados energíéticos a pesar de los innumerables críéditos tributarios, garantías de príéstamos y mandatos gubernamentales sobre la producción para cambiar esa realidad.
Es difícil de creer que esta modesta ganancia en la participación del mercado va a hacer mucho en cuanto a la reducción del impacto del cambio climático. Felizmente, la fracturación hidráulica está haciendo ese trabajo ambiental por nosotros. Como Mitt Romney y sus compañeros de la derecha gustaban decir durante la reciente campaña presidencial, 135 plantas de energía de carbón han sido cerradas durante la administración Obama y otras 175 están programadas para cerrar hasta el año 2016. Pero lo que Romney y compañía no nos dijeron es que el bajo costo del gas natural —cortesía de la fracturación hidráulica— fue la principal razón para el cierre de esas plantas. Jesse Ausubel, director del Programa para el Medio Ambiente Humano de la Universidad Rockefeller, argumenta persuasivamente que esto continuará conforme los combustibles ricos en carbono sigan dando paso —como lo han hecho históricamente— a los combustibles ricos en hidrógeno. Anteriormente, el carbón desplazó a la biomasa, luego el petróleo desplazó al carbón. Hoy, el gas natural está desplazando al petróleo y al carbón. Mañana, probablemente el hidrógeno desplazará al gas natural.
¿Tendría íéxito una serie de políticas gubernamentales más agresivas en el ámbito de la energía limpia? Uno nunca sabe, pero vale la pena señalar que en los dos casos en los que el gobierno federal ha hecho esfuerzos colosales para convertir a los patos feos de la energía en hermosos cisnes económicos —la energía nuclear y el etanol de maíz— han fallado terriblemente a pesar de díécadas de un esfuerzo político concentrado y decenas de miles de millones de dólares de asistencia del contribuyente. La energía nuclear y el etanol de maíz siguen siendo tan poco competitivos que sin el subsidio estatal estas industrias, en gran medida, desaparecerían. No hay razón para pensar que realizar el mismo esfuerzo con la energía limpia tendrá un resultado distinto.
Los ambientalistas permanecen aferrados a los subsidios de la energía limpia, porque temen que, incluso si estamos en lo correcto, no hay mejor política para hacer frente al cambio climático. Este enfoque probablemente resulte en prácticamente nada, aunque sí proporciona la ilusión de que los riesgos climáticos se están abordando. Pero no están siendo abordados. Consideramos que es mucho mejor que los votantes ambientalistas no se hagan ilusiones acerca de lo que el presidente está logrando.