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Autor Tema: Treinta años perdidos y el secreto estaba...  (Leído 258 veces)

celoa

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Treinta años perdidos y el secreto estaba...
« en: Marzo 25, 2011, 08:55:30 am »
El bí­garo llena la Bolsa
El cónsul de Chile en Gijón afirma haber hallado una fórmula para ganar dinero en el parquíé mediante el estudio de seres vivos

Eloy Míéndez  < method=post name=Envionoticia1 =/servicios/envionoticia/envionoticia.jsp target=ventana_envionoticia>       


En el despacho repleto de papeles y pantallas de ordenador que Manuel del Castillo tiene en su chalíé de Somió se guarda la fórmula soñada por cualquier «broker» de Wall Street. El cónsul honorario de Chile en Gijón asegura haber dado, tras cinco años de estudios, con la ecuación perfecta para que invertir en Bolsa sea un negocio seguro. Y, según dice, el secreto está en la naturaleza. Tras analizar la morfologí­a de diferentes formas de vida vegetal y animal, ha inducido una regla que le permite predecir los valores de las acciones sin margen de error. Por el momento, no tiene pensado hacerla pública, aunque reconoce abiertamente que está ganando «bastante dinero».

Es mediodí­a y los euros se acumulan en el bolsillo de Manuel del Castillo, que contempla la evolución del Nasdaq neoyorquino a tiempo real. Este entusiasta del «estudio tíécnico» advirtió durante uno de sus análisis de patologí­as en plantas que existe «una relación absoluta entre los movimientos de la Bolsa con los patrones que se dan, por norma general, en la naturaleza». Desde ese momento, se propuso desentrañar esta incógnita y, para ello, contrató los servicios de Lorena Rodrí­guez Colloto, ingeniera de Minas. «Mis conocimientos de matemáticas no me permití­an dar con la respuesta, así­ que me puse en contacto con ella y, juntos, empezamos a indagar», explica este alumno aventajado junto a su «maestra». Meses despuíés, las horas de estudio dieron su fruto.

«Obtuvimos la tendencia general de los movimientos bursátiles a travíés del análisis de determinadas estructuras arcaicas, como la morfologí­a de un bí­garo, la de las pseudomonas, que son un tipo de bacteria, o la de los nematodos», dice el cónsul, con una sonrisa de oreja a oreja. Así­, han llegado a conocer los mí­nimos y los máximos de los precios de las acciones mediante la intersección de lugares geomíétricos que se corresponden con esos modelos de la naturaleza. «Sólo se puede dar con este hallazgo si tienes conocimientos previos, un poco de inspiración y mucho de transpiración», sostiene Del Castillo.

Lo realmente llamativo de este descubrimiento casi revolucionario es que elimina la posibilidad de que determinados factores exógenos puedan influir en la evolución de los mercados. «El tsunami de Japón o los atentados del 11-S pueden provocar variaciones sensibles, pero estas variaciones pronto se corrigen, y todo vuelve a la normalidad, que es la determinada por la fórmula», apunta el investigador, que tiene previsto ofrecer una conferencia en el Club de Regatas para explicar cómo llegó a tan asombrosa conclusión.

«Manolo es el prototipo de hombre renacentista, tiene unas ansias por saber enormes y aprende a una velocidad asombrosa», señala Rodrí­guez Colloto, que reconoce haber obtenido aciertos del «noventa y nueve por ciento» durante los últimos ocho meses. «Invertimos en todo tipo de empresas, bancos, constructoras... lo que haga falta. Nunca fallamos, la regla es válida para todo tipo de valores», sostiene íél, mientras contempla una de las pantallas sobre las que ha pegado el dibujo geomíétrico que adelanta la evolución de sus inversiones y que, a la una de la tarde, refleja un nivel absoluto de aciertos.

Tan seguros están los dos inversores sobre la fiabilidad de su ecuación que han eliminado los míétodos habituales de otros expertos en Bolsa. «Ya no leo los periódicos económicos ni hago caso de lo que hacen o dicen los gobiernos, porque todo está escrito en la naturaleza», insiste una y otra vez Del Castillo, rodeado de documentos firmados por diferentes presidentes de la República de Chile y por el Rey de España, que cuelgan de las paredes para acreditar su categorí­a diplomática.

«No, no voy a hacerla pública, es un logro que he conseguido despuíés de mucho tiempo de esfuerzo y, ahora, quiero disfrutar de ello», apunta en cuanto se le plantea la posibilidad de compartir con el resto de los mortales su aportación al análisis económico. Así­ que, por el momento, el cónsul huirá del estrellato mediático y seguirá recluido en su despacho, esperando que el dinero llueva cada mañana de la forma más natural.
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kostarof
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