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Autor Tema: ¿Hay una relación entre la edad, la memoria y la velocidad del tiempo?  (Leído 505 veces)

Scientia

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Memoria y tiempo: ¿Hay una relación entre la edad, la memoria y la velocidad del tiempo?

Jesus Gonzalez Fonseca

Siempre nos ha fascinado la memoria. La idea de recordar o no las cosas que nos pasan en la vida. ¿Por quíé no recordamos nada de lo que pasó antes de cumplir los tres años? ¿Por quíé nos cuesta tanto recordar una fecha? ¿Por quíé los olores nos traen tantos recuerdos? Cuantas veces hemos dicho: ¿Lo habremos soñado? El díéjá vu muchas veces nos desconcierta. A veces nos pasan cosas por nuestra cabeza que quizá nunca sucedieron, pero que sin embargo estamos convencidos que han pasado. ¿Por quíé la vida se acelera cuando nos hacemos mayores?


Memoria y tiempo

Generalmente tenemos la sensación de que cada vez la vida pasa más rápido, los dí­as parecen más cortos y los años pasan como un suspiro al hacernos mayores. ¿Hay una relación entre la edad, la memoria y la velocidad del tiempo?

Nuestra memoria tiene una voluntad propia. Nos decimos a nosotros mismos: "Tengo que recordar esto, quiero retener este momento, esta mirada, este sentimiento, esta caricia", y al cabo de pocos meses o incluso despuíés de unos dí­as notamos que ya no conseguimos evocar el recuerdo con el color, el olor, el sabor que esperábamos. Y es que el recuerdo es como un perro que se tumba donde le place... La memoria tambiíén hace caso omiso de la orden de no guardar algo, de nada nos sirve pensar: "Ojalá no lo hubiese visto, vivido, oí­do, ojalá lo hubiese olvidado", pues todo permanece almacenado y reaparece de forma espontánea e involuntaria de noche, cuando estamos despiertos en la cama. Tambiíén, entonces, la memoria es un perro que, meneando la cola, nos trae lo que acabábamos de tirar porque querí­amos quitárnoslo de encima.

Desde hace unos veinte años, la psicologí­a denomina "memoria autobiográfica" a la parte de nuestra memoria donde almacenamos las vicisitudes de nuestra vida. Se trata de la crónica de nuestra vida, un largo registro que consultamos cuando alguien nos pregunta cuál es nuestro primer recuerdo, cómo era la casa donde pasamos nuestra infancia o cuál es el último libro que hemos leí­do. La memoria autobiográfica es al mismo tiempo un libro de los recuerdos y un libro del olvido. Es como si dejáramos los apuntes de nuestra vida a cargo de un secretario dí­scolo con intereses propios, que registra minuciosamente lo que preferirí­amos olvidar. ¿Por quíé no hay casi nada anotado sobre lo sucedido antes de nuestro tercer o cuarto año de vida? ¿Por quíé las humillaciones quedan registradas por los siglos de los siglos? ¿Por quíé en lo momentos sombrí­os se abre siempre la página de sucesos sombrí­os?




Cuando sufrimos depresión o insomnio, nuestra memoria autobiográfica se convierte en un registro lúgubre: todos los recuerdos desagradables nos llevan, a travíés de una deprimente red de referencias cruzadas, a otros recuerdos desagradables. De vez en cuando, nuestra memoria nos sorprende. De pronto, un olor nos recuerda algo en lo que no habí­amos pensado durante treinta años. Una calle en la que estuvimos por ultima vez cuando tení­amos siete años parece haberse encogido hasta el punto de resultar irreconocible. Uno querrí­a comprender cómo es posible que el tiempo pase mas deprisa a medida que envejecemos.

El tiempo no es constante en nuestra memoria

Cada uno de nosotros medimos el tiempo según unos parámetros individuales y propios que vienen marcados por nuestro entorno. Algo que es muy fácil de experimentar, ya que es habitual que en los momentos de mayor disfrute el tiempo se nos escape casi entre los dedos, mientras que en los peores instantes sea cuando íéste se estira hasta convertirse prácticamente en eterno. Una experiencia que se debe a que el tiempo no se mide en nuestro cerebro por segundos, sino por los impulsos elíéctricos que rigen nuestra percepción. Por eso este fenómeno no es sólo cuestión de fí­sica, sino tambiíén de biologí­a.


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Memoria y tiempo
Dentro de este reloj interno se hace importante remarcar las tres sensaciones distintas que se pueden vivir en relación al tiempo:
La duración prolongada: Propio de situaciones que no nos son habituales ni rutinarias, más caracterí­stico de momentos de gran tensión y atención.
La sincroní­a con el tiempo real: La más común, se mide el tiempo en consonancia al real u objetivo.
El tiempo comprimido: Sensación de que íéste pasa de manera más rápido a lo habitual, estando relacionado con las labores automáticas que realizamos o aquellas que no exigen nuestra atención. El caso extremo de esta situación se vive cuando nos encontramos en un estado de inconsciencia, como cuando dormimos.
En este punto es donde encontramos lo que muchos cientí­ficos han decidido llamar como el efecto reminiscencia. Un recurso de nuestro cerebro para concentrar los recuerdos en perí­odos concretos de nuestra vida y que se empieza a manifestar a partir de los cincuenta años de edad. Es en este momento cuando en nuestra memoria se acumulan y rememoran aquellos instantes vividos cuando tení­amos en torno a los veinte años, en la íépoca inicial de nuestra vida adulta. Exactamente el periodo caracterizado por las primeras experiencias, donde las sensaciones se vuelven más intensas que en sucesivas ocasiones: es, en definitiva, cuando se configura nuestra forma de ser y lo que vamos a ser el resto de nuestros dí­as.
Lo que el efecto reminiscencia nos viene a decir es que la base de la vida son las emociones y las nuevas experiencias y sensaciones, pues íéstas son las que crean puntos de referencia en el tiempo. El tiempo en la mente es subjetivo, y se percibe mediante la localización de esos puntos de referencia que se han creado. Por eso mismo nos aclara que es posible expandir el tiempo siempre y cuando nuestra vida no se vuelva rutinaria, pues íésta siempre debe estar llena de nuevos sentimientos.

Hace unos años se preguntó a 1.400 americanos de más de 18 años quíé acontecimiento histórico consideraban más importante, nacional o internacionalmente. Los resultados fueron sorprendentes: para la gran mayorí­a de participantes, el hecho destacado habí­a sucedido cuando tení­an más o menos 20 años...



De esto se deriva esa sensación de que la vida se acelera según se van cumpliendo años, de que el tiempo cada vez pasa más rápido. Lo que se debe, según palabras de Douwe Draaisma, catedrático de Historia de la Psicologí­a en la Universidad de Groningen, a que
"juzgamos el tiempo según el número de recuerdos que tenemos y su intensidad".
Es decir, cuanto más recuerdos iguales tenemos, más deprisa pasa el tiempo, porque nos instalamos en esa rutina que tan poco nos aporta.


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Al parecer, todo está relacionado con la forma en que asimilamos emociones, conocimientos y sensaciones. Cuanto más intensos son los momentos, estos parecen llenarnos y durar más. Cuando somos jóvenes y tenemos 20 años, estamos experimentando un nuevo mundo de experiencias en el paso a la vida adulta: nuestro primer trabajo, nuestro primer amor, nuestro primer hijo, nuestra primera vivienda, etc... Es en esos años, cuando hay más probabilidades de estar viviendo momentos intensos que distorsionen nuestra memoria temporal.

Toda esta amalgama de emociones nuevas, se van perdiendo por regla general a lo largo de los años. Es por eso que, cuando alcanzamos los 40, las sensaciones y vivencias no suelen ser tan novicias, sino más rutinarias o conocidas. Esta sensación, se acrecenta si hablamos de alguien que ronda los 60 años. Es un hecho constatado que, cuando las personas se acercan a los 60 o los 70, parece que tengan menos recuerdos de su edad adulta y más recuerdos de cuando tení­an 15 o 20 años.

Se trata de un efecto que no existe cuando tienes 40 años. Y puede que se deba al hecho de que cuanta más repetición y más rutina hay en tu vida, más difí­cil es tener recuerdos de ello. Cuando tienes 60, gran parte de tu vida ha estado llena de repetición y de cosas que pasan diez veces, cientos de veces quizá; mientras que con 20 años, hay muchos recuerdos de cosas que suceden por primera vez. Tienes tus primeras experiencias sexuales, tus primeras vacaciones sin los padres, tu primer dí­a en un trabajo, tu primera vez en un nuevo contexto educativo, etcíétera. La vida con 20 años está llena de primeras veces, y tenemos muy buena memoria para las cosas que pasan por primera vez, y muy mala memoria para las cosas que se repiten cientos de veces.

Con todo esto, obtenemos que el efecto reminiscencia pone en evidencia el modo errático en que nuestra mente fluctua su particular reloj biológico y sensación de paso del tiempo, según los recuerdos que guarda en la memoria. La mayorí­a de la gente, cuando llega a los 40, tiene la impresión de que los años son más cortos cada año, que los meses se encogen, y que las Navidades cada vez llegan más rápido... Y esto sigue acelerándose, cuando tienes 60 parece que la vida vaya incluso más rápido que cuando tení­as 40. Cabe recordar que la velocidad subjetiva del tiempo se genera, de hecho, en la memoria.

Juzgamos el tiempo en función del número de recuerdos que tenemos y su intensidad... así­ juzgamos el tiempo. Y esto es así­ incluso para perí­odos cortos de tiempo. Mientras vamos dejando de ser jóvenes el tiempo se condensa, se acelera, nos elude. Recordamos mejor las cosas lejanas y más remotas, las de la infancia más temprana, por ejemplo, que las que sucedieron ayer, en una suerte de presbicia de la memoria. Y así­ va palpitando nuestra memoria autobiográfica, pintando y despintando nuestras figuras más queridas.

Por eso, quizás el secreto resida en llenar nuestros dí­as de nuevas experiencias y sensaciones que permitan a nuestro cerebro paladear los acontecimientos que estamos viviendo. Viajar, variar las aficiones, aprender nuevas cosas... son algunas de las recomendaciones para aprovechar al máximo los dí­as de nuestra vida y convertirla en algo mas que una mera y simple rápida rutina. Lo importante es tener nuevas impresiones, porque eso generará nuevos recuerdos, nuevas experiencias, y ralentizará la velocidad subjetiva del tiempo.
Todo lo borra el tiempo como las olas borran

Los trabajos infantiles sobre la allanada arena

Habremos de olvidar estas palabras tan precisas, tan vagas,

Tras las que el infinito sentimos cada uno.

Todo lo borra todo el tiempo mas no apaga los ojos

Sean de ópalo, de estrella o de agua clara;

Bellos como en el cielo o en un lapidario

Para nosotros arderán con fuego alegre o triste.

(Marcel Proust)