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Autor Tema: ¿TIENE SALVACíON EUROPA?  (Leído 435 veces)

Orpheo

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¿TIENE SALVACíON EUROPA?
« en: Enero 17, 2011, 09:32:13 am »
Hay algo especialmente apropiado en el hecho de que la actual crisis europea empezase en Grecia. Porque los males de Europa tienen todo el aspecto de una tragedia griega clásica, en la que un hombre de carácter noble encuentra su perdición por el defecto fatal del orgullo desmedido.

 

Hace no mucho, los europeos podí­an, de manera bastante justificada, afirmar que la actual crisis económica estaba demostrando realmente las ventajas de su modelo económico y social. En gran parte de Europa, las normas que regí­an el despido de los trabajadores ayudaban a limitar la píérdida de empleos, mientras que los sólidos programas de bienestar social garantizaban que incluso los parados mantuviesen su asistencia sanitaria y recibiesen unos ingresos básicos. Puede que el producto interior bruto de Europa estuviera cayendo tanto como el de Estados Unidos, pero los europeos no estaban sufriendo ni de lejos el mismo grado de miseria. Y la verdad es que siguen sin sufrirlo.

 

Sin embargo, Europa padece una crisis profunda; porque el logro del que está más orgullosa, la moneda única adoptada por la mayorí­a de los paí­ses europeos, está ahora en peligro. Lo que es más, cada vez se parece más a una trampa. Irlanda, aclamado como el Tigre celta no hace mucho tiempo, ahora está luchando para evitar la quiebra. España, una economí­a en auge hasta hace pocos años, ahora tiene un 20% de desempleo y se enfrenta a la perspectiva de años de deflación dolorosa y agotadora.

 

Se suponí­a que la creación del euro era el momento más sublime de una grandiosa y noble empresa: el esfuerzo realizado durante generaciones para traer la paz, la democracia y la prosperidad compartida a un continente antes y a menudo desgarrado por la guerra. Pero los arquitectos del euro, atrapados por la magnitud y el romanticismo de su proyecto, decidieron ignorar las dificultades mundanas con las que una moneda compartida previsiblemente se encontrarí­a.

 

La consecuencia es una tragedia no solo para Europa sino tambiíén para el mundo, para el que Europa es un modelo de conducta crucial. ¿Cómo ha ocurrido esto?

 

El camino hacia el euro

 

Todo empezó con el carbón y el acero. El 9 de mayo de 1950 -una fecha cuyo aniversario se celebra ahora como el Dí­a de Europa-, Robert Schuman, el ministro de Asuntos Exteriores francíés, propuso que su paí­s y Alemania Occidental aunaran sus producciones de carbón y acero. Fue el primer paso en el camino hacia una "federación de Europa" que, en última instancia, se convertirí­a en una unión aduanera dentro de la cual se comerciaba libremente con todos los bienes. Luego, a medida que la democracia se extendió por Europa, tambiíén lo hicieron las instituciones económicas unificadoras europeas.

 

En los años ochenta y noventa, Europa se puso manos a la obra para eliminar muchos de los obstáculos que aún impedí­an la plena integración económica. Las fronteras se abrieron; se garantizó la libre circulación de las personas; y las normas sobre los productos, la seguridad y los alimentos se armonizaron. Se proclamó que la creación del euro era el siguiente paso lógico de este proceso.

 

Las ventajas de una moneda única europea eran evidentes. No más necesidad de cambiar dinero al llegar a otro paí­s; no más incertidumbre por parte de los importadores sobre lo que un contrato terminarí­a costando realmente, ni por parte de los exportadores sobre lo que realmente valdrí­a el pago prometido. Mientras tanto, la moneda compartida reforzarí­a la sensación de unidad europea.

 

Por otro lado, formar una unión monetaria significa sacrificar la flexibilidad. ¿Hasta quíé punto es grave es esta píérdida? Eso depende. Fijíémonos en lo que, en principio, parece una comparación extraña entre dos economí­as pequeñas con problemas.

 

Dejando a un lado el clima, el paisaje y la historia, la República de Irlanda y el Estado de Nevada tienen mucho en común. Ambas son economí­as pequeñas de unos pocos millones de personas enormemente dependientes de la venta de productos y servicios a sus vecinos. Ambas fueron economí­as en expansión durante la mayor parte de la díécada pasada. Ambas padecieron enormes burbujas inmobiliarias, que estallaron y causaron mucho dolor. Ambas padecen ahora un paro de alrededor del 14%. Y ambas son miembros de uniones monetarias más grandes: Irlanda forma parte de la zona euro y Nevada, de la zona dólar. Pero la situación de Nevada es mucho menos desesperada que la de Irlanda.

 

Es cierto que los presupuestos tanto de Irlanda como de Nevada han sufrido un duro golpe por culpa de la crisis. Pero gran parte del dinero que se gasta en los habitantes de Nevada proviene de programas federales, no estatales. En concreto, los jubilados no tienen que preocuparse porque la reducción de la recaudación de impuestos del Estado vaya a poner en peligro sus cheques de la Seguridad Social o su cobertura de Medicare. En Irlanda, por el contrario, tanto las pensiones como el gasto en sanidad están a punto de sufrir recortes.

 

Además, Nevada, a diferencia de Irlanda, no tiene que preocuparse por el coste de los rescates bancarios, no porque el Estado haya escapado a las grandes píérdidas de príéstamos, sino porque esas píérdidas, en su mayorí­a, estarán cubiertas por Washington. Y es probable que el problema del paro de Nevada se vea aliviado en gran medida durante los próximos años gracias a la emigración; de manera que, incluso si los puestos de trabajo no vuelven, habrá menos trabajadores en busca de los empleos que queden.

 

Europa, por otro lado, no está integrada fiscalmente: los contribuyentes alemanes no corren automáticamente con parte de los gastos de las pensiones griegas o los rescates bancarios irlandeses. Y aunque los europeos tienen el derecho legal de moverse libremente para buscar trabajo, en la práctica, una integración cultural imperfecta -sobre todo la falta de un idioma común- hace que los trabajadores tengan menos movilidad geográfica que sus homólogos estadounidenses.

 

Estados Unidos, como sabemos, tiene una unión monetaria que funciona, y sabemos por quíé funciona: porque coincide con un paí­s: un paí­s con un Gobierno central grande, un idioma común y una cultura compartida. Europa no tiene ninguna de estas cosas, lo cual ha hecho que las perspectivas de una moneda única fueran inciertas desde el principio.

 

Euroforia, eurocrisis

 

El euro nació oficialmente el 1 de enero de 1999. Al principio, era una moneda virtual: las cuentas bancarias y las transferencias electrónicas se expresaban en euros, pero la gente seguí­a teniendo francos, marcos y liras en sus carteras. Tres años despuíés, se llevó a cabo la transición final y el euro se convirtió en el dinero de Europa.

 

El mercado de eurobonos empezó a rivalizar pronto con el mercado de bonos en dólares; los pagaríés en euros empezaron a circular por todo el mundo. Y la creación del euro infundió una nueva sensación de confianza, especialmente a aquellos paí­ses europeos que históricamente habí­an sido considerados riesgos de inversión. Hasta más tarde que resultó evidente que este aumento de la confianza era el cebo de una trampa peligrosa.

 

Grecia, con su larga historia de impagos de deudas y rachas de inflación elevada, era el ejemplo más llamativo. Hasta finales de los años noventa, la historia fiscal de Grecia quedaba reflejada en el rendimiento de sus bonos: los inversores solo compraban bonos emitidos por el Gobierno griego si estos ofrecí­an unos intereses mucho más altos que los bonos emitidos por gobiernos considerados apuestas seguras, como Alemania. Sin embargo, a medida que el estreno del euro se acercaba, la prima de riesgo de los bonos griegos se desvanecí­a. Despuíés de todo, se razonaba, la deuda griega pronto serí­a inmune a los peligros de la inflación: el Banco Central Europeo procurarí­a que así­ fuese.

 

De hecho, a mediados de la díécada de 2000, casi todo el miedo a los males fiscales especí­ficos de un paí­s habí­a desaparecido de la escena europea. A medida que los tipos de interíés convergí­an en toda Europa, los que antes eran paí­ses con tipos de interíés elevados se dejaron llevar, como era de prever, por el frenesí­ del príéstamo. (Merece la pena señalar que este frenesí­ del príéstamo estaba financiado por bancos de Alemania y de otros paí­ses con tipos de interíés tradicionalmente bajos; esa es la razón por la que los actuales problemas de deuda de la periferia europea son tambiíén un gran problema para el sistema bancario europeo en su conjunto).

 

Y entonces, estalló la burbuja

 

Todaví­a se oye a la gente hablar de la crisis económica mundial de 2008 como si fuese algo fabricado en Estados Unidos. Pero Europa merece cargar con la misma responsabilidad. Nosotros tení­amos nuestros prestatarios de alto riesgo, que decidieron firmar hipotecas demasiado elevadas para sus ingresos o fueron engañados para que lo hicieran; los europeos tení­an sus economí­as perifíéricas que, de forma similar, tomaron prestado mucho más dinero del que realmente podí­an permitirse devolver.

 

En Grecia, la historia es sencilla: durante los años de los príéstamos fáciles, el Gobierno conservador de Grecia asumió una gran deuda (más de la que reconocí­a). Cuando el Gobierno cambió de manos en 2009, las ficciones contables salieron a la luz; de repente, se descubrió que Grecia tení­a un díéficit mucho mayor y una deuda considerablemente superior de lo que todo el mundo pensaba. Los inversores, comprensiblemente, emprendieron la huida.

 

Pero Grecia es en realidad un caso poco representativo. Hace solo unos años, España, con diferencia la mayor de las economí­as en crisis, era un ciudadano europeo modíélico, con un presupuesto equilibrado y una deuda pública aproximadamente la mitad de grande, expresada como porcentaje del PIB, que la de Alemania. Lo mismo se podí­a decir de Irlanda. ¿Quíé fue lo que salió mal?

 

En primer lugar, se produjo un grave revíés fiscal a causa de la crisis. Los ingresos se hundieron en España e Irlanda y, a medida que subió el paro, tambiíén lo hizo el coste de las prestaciones por desempleo. Como consecuencia, tanto España como Irlanda pasaron de superávits presupuestarios justo antes de la crisis a enormes díéficits presupuestarios en 2009.

 

Luego estaban los costes de la limpieza financiera. Estos han sido especialmente agobiantes en Irlanda, donde los bancos se descontrolaron durante los años del boom. Cuando la burbuja estalló, se sospechó inmediatamente de la solvencia de los bancos irlandeses. En un intento por impedir un ataque masivo contra el sistema financiero, el Gobierno de Irlanda garantizó todas las deudas bancarias (lo que cargó al Gobierno con esas deudas e hizo que se cuestionase su solvencia). En comparación, los grandes bancos españoles estaban bien regulados, pero habí­a y hay una gran inquietud respecto al estado de las cajas de ahorro más pequeñas, y preocupación sobre cuánto tendrá que gastar el Gobierno español para evitar que quiebren.

 

En el transcurso del último año más o menos, primero Grecia y luego Irlanda se vieron atrapadas en un cí­rculo vicioso financiero: a medida que los posibles prestamistas perdí­an la confianza, los tipos de interíés que tení­an que pagar por la deuda aumentaban, lo que socavaba sus perspectivas futuras, lo cual conducí­a a una píérdida mayor de confianza y a tipos de interíés aún más altos. Los paí­ses europeos más fuertes solo consiguieron evitar una implosión inmediata proporcionando a Grecia e Irlanda lí­neas de críédito de emergencia, lo que les permitió esquivar temporalmente los mercados privados. ¿Pero cómo se va a resolver todo esto?

 

Cuatro lí­neas argumentales europeas

 

Algunos economistas, entre ellos yo mismo, observamos los males de Europa y tenemos la sensación de que hemos visto esta pelí­cula antes, hace una díécada en otro continente: concretamente en Argentina.

 

A diferencia de España o Grecia, Argentina nunca renunció a su moneda, pero en 1991 hizo la siguiente mejor cosa posible: vinculó rí­gidamente su moneda al dólar estadounidense, y creó una "caja de conversión" según la cual cada peso en circulación estaba respaldado por un dólar de las reservas. Durante gran parte de los años noventa, Argentina se vio recompensada con unos tipos de interíés mucho más bajos y grandes entradas de capital extranjero.

 

Sin embargo, Argentina acabó cayendo en una persistente recesión y perdió la confianza de los inversores. Hacia principios de 2002, despuíés de airadas manifestaciones y una retirada masiva de los bancos, todo se habí­a ido al garete. El ví­nculo entre el peso y el dólar se rompió, mientras el valor del peso caí­a en picado; entretanto, Argentina dejó de pagar sus deudas y terminó pagando solo unos 35 cíéntimos por cada dólar.

 

Es difí­cil evitar la sospecha de que el futuro podrí­a deparar algo similar a una o más de las economí­as problemáticas de Europa.

 

Tal como yo lo veo, hay cuatro modos en que la crisis europea podrí­a remitir (y podrí­a remitir de manera diferente en los distintos paí­ses):

 

- Resistir: cabe la posibilidad de que las economí­as europeas puedan tranquilizar a los acreedores mostrando la voluntad suficiente para soportar el dolor y evitar así­ el impago y la devaluación. Los modelos de conducta en este caso son los paí­ses bálticos, Estonia, Lituania y Letonia, que han estado dispuestos a soportar una austeridad fiscal muy dura mientras los salarios se reducen poco a poco con la esperanza de restaurar la competitividad (un proceso conocido como "devaluación interna").

 

Hasta cierto punto, los paí­ses bálticos han conseguido tranquilizar a los mercados, que ahora los consideran menos arriesgados que Irlanda, y no digamos que Grecia. Pero todos los indicios apuntan a que pasarán muchos años antes de que recuperen el terreno perdido.

 

- Reestructuración de la deuda: los inversores no esperan que Grecia e Irlanda paguen sus deudas por completo. Esperan alguna clase de reestructuración de la deuda, aunque ello no pondrí­a fin de ningún modo al sufrimiento de las economí­as en dificultades. Fijíémonos en Grecia: aun cuando el Gobierno se negase a reconocer toda su deuda, todaví­a tendrí­a que recortar drásticamente el gasto y subir los impuestos para equilibrar su presupuesto, y todaví­a tendrí­a que padecer el dolor de la deflación. Pero una reestructuración de la deuda podrí­a terminar con el cí­rculo vicioso de la caí­da de la confianza y la subida de los costes del interíés, lo que convertirí­a la devaluación interna en una estrategia viable aunque atroz.

 

- La estrategia argentina completa: Argentina no solamente dejó de pagar su deuda externa; tambiíén abandonó su ví­nculo con el dólar, lo que permitió que el valor del peso cayese más de dos tercios. Y esta devaluación funcionó: a partir de 2003, Argentina experimentó una rápida recuperación económica impulsada por la exportación.

 

¿Seguirán el mismo camino uno o más de los paí­ses europeos con problemas? Para ello, tendrí­an que superar un gran obstáculo: el hecho de que ya no tienen sus propias monedas. Como señalaba Barry Eichengreen, de Berkeley, en un influyente análisis de 2007, cualquier paí­s de la eurozona que insinuase siquiera que iba a abandonar la moneda, desencadenarí­a una devastadora retirada masiva de sus bancos, al apresurarse los depositantes a trasladar sus fondos a lugares más seguros. Y Eichengreen concluí­a diciendo que este obstáculo "procedimental" que impide la salida hací­a que el euro fuera irreversible.

 

Pero tambiíén se suponí­a que la vinculación con el dólar de Argentina iba a ser irreversible, y lo que al final hizo posible la devaluación fue el hecho de que hubo una retirada masiva de los bancos a pesar de la insistencia del Gobierno en que un peso siempre valdrí­a un dólar. Esta retirada obligó al Gobierno argentino a limitar el dinero que se podí­a sacar y, una vez que estos lí­mites entraron en vigor, fue posible cambiar el valor del peso sin desencadenar una segunda retirada masiva. En Europa no ha pasado nada parecido (todaví­a). Pero sin duda es algo que está dentro de lo posible, especialmente a medida que el sufrimiento causado por la austeridad y la devaluación interna se prolongue.

 

- Europeí­smo reavivado: a principios de diciembre, Jean-Claude Juncker, el primer ministro de Luxemburgo, y Giulio Tremonti, el ministro de Economí­a de Italia, desataron una tormenta con su propuesta de crear "eurobonos" que serí­an emitidos por un organismo de deuda europeo a instancias de los paí­ses europeos individuales. Como estos bonos estarí­an garantizados por la Unión Europea en conjunto, brindarí­an a las economí­as con problemas un modo de evitar los cí­rculos viciosos del declive de la confianza y el aumento del coste de los príéstamos. Por otra parte, esos bonos podrí­an exponer a unos Gobiernos a las deudas de otros (un inconveniente que los furiosos funcionarios alemanes se apresuraron a señalar). Los alemanes defienden con firmeza que Europa no debe convertirse en una "unión de transferencias" en la que los Gobiernos y los paí­ses más fuertes proporcionen ayuda sistemáticamente a los más díébiles. Pero como demuestra la comparación entre Irlanda y Nevada, Estados Unidos funciona como una unión monetaria en gran parte precisamente porque tambiíén es una unión de transferencias, en la cual los Estados que no han quebrado ayudan a los que sí­. Y resulta difí­cil vislumbrar un modo de que el euro funcione a menos que Europa encuentre la manera de lograr algo similar. Un fracaso del euro representarí­a un golpe posiblemente irreversible para las esperanzas de una verdadera federación europea. ¿Permitirán los paí­ses fuertes de Europa que eso suceda? ¿O asumirán la responsabilidad, y posiblemente el coste, de ser los guardianes de sus vecinos? El mundo entero espera la respuesta.

 

Paul Krugman premino Nobel de Economí­a de 2008

The New York Times (Traducido por News Clips)


En individuos, la locura es rara; en grupos, partidos, naciones y épocas, es la regla", Nietzsche.