Por…  Beatriz De Majo

 

La industria de las copias fraudulentas tiene en China un origen cultural.

Este es difícil de comprender -y menos de justificar- por el mundo occidental: reproducir fielmente algo que ha sido creado con algún sentido de excelencia es meritorio, es digno incluso de ser premiado en el país asiático. Y en China este principio se aplica a los artículos de lujo, a la relojería, a los objetos de marca, al arte y desafortunadamente, más recientemente, a los vinos.

En este caso no se trata de cultivar cepas y producir caldos más o menos aceptables para bautizarlos haciendo plagio del nombre de algún buen productor extranjero: la industria de la copia fraudulenta en el terreno vinícola se limita a copiar las botellas y las etiquetas de quienes tienen un prestigio ganado induciendo así al consumidor a un error.

Ocurre que China ha duplicado el consumo de vino en los últimos 5 años. En la actualidad una botella de buen vino es considerado un fenomenal regalo que solo pueden permitirse quienes cuentan con algo de holgura económica.

Es que los aranceles aplicables a estos productos sobrepasa una tasa impositiva de 54 % de su valor. Aun así, desde la región vinícola francesa de la Borgoña, el año pasado, se importaron 58 millones de botellas por un valor de 500 millones de dólares.

Estos millonarios negocios han sido estimulados, sin quererlo, por las políticas antialcoholismo del gobierno. Los chinos acostumbran emborracharse con bebidas de altísimo contenido alcohólico -el Baijiu que es el más popular tiene entre 40 a 68 grados- pero de muy precaria destilación y de sabor burdo.

Así pues, la migración hacia el vino como bebida corriente no es un asunto de sofisticación. Se trata de la respuesta a una campaña orquestada por el Estado. Este ha inducido a los chinos a consumir vino, una bebida considerada suave y de gran sabor, que, además, promueve las buenas costumbres y resulta útil a los fines de contener la violencia asociada al consumo de bebidas duras.

El resultado ha sido que, desde la sombra, se ha estado desarrollando toda una enorme industria de piratería de vinos que no solo vulnera los derechos de propiedad intelectual de las grandes casas vinícolas del mundo. Les está quitando una tajada fenomenal del mercado.

La falsificación de vinos se produce con marcas de precios medios que son consumidos masivamente. El líquido de pobre calidad, adquirido a granel, sirve para rellenar botellas copiadas y selladas torpemente a gran escala.

Otro negocio millonario surge a partir de la copia de vinos de apelación controlada.

En estos casos las botellas se obtienen en los negocios y restaurantes de lujo, lo que permite copiarlas con excelente resultado y reproducir fielmente las etiquetas de grandes caldos – franceses principalmente- destinados al consumo de los bolsillos ricos.

Por fortuna, los elevados aranceles que el Estado chino deja de percibir por la falsificación doméstica de estos productos ha puesto a las autoridades del lado de los fabricantes legítimos y en la actualidad la piratería también es fuertemente perseguida y castigada.

Suerte en sus inversiones…