Por… Juan José Hoyos
Esta semana leí los periódicos como si estuviera viendo una película de terror. Los titulares y los cables de las agencias de noticias decían: “Las máquinas se apoderaron de la Bolsa de Nueva York y provocaron pánico en el mercado”. “Estados Unidos busca el ordenador fantasma”. “La Bolsa cae 9 por ciento”. “Un error desata el caos”.
Yo sabía que un computador puede ganar una partida de ajedrez a un gran maestro. Lo demostró el computador de IBM que derrotó a Boris Spassky. También sabía que puede causar pánico en una Bolsa de valores. Lo demostró con creces en diciembre de 2005 un corredor de valores de la compañía japonesa Mizuho Securities, cuando tratando de vender una sola acción por un valor de 610 mil yenes, tecleó al revés la orden en su máquina y vendió 610 mil acciones a un yen. La Bolsa de Tokio tuvo que ser cerrada varios días.
Pero lo que sucedió esta semana en Nueva York provoca vértigo. En cuestión de segundos, varios computadores programados para tomar decisiones financieras hicieron evaporar miles de millones de dólares. Los corresponsales cuentan que los números llovían en las pantallas de las salas de negocios como si hubiera estallado una nueva guerra mundial. Hasta hoy ha sido la pérdida de dinero más grande acumulada en menos tiempo en la Bolsa de Nueva York durante toda su historia.
Los expertos aseguran que todo sucedió en nano segundos, que es un segundo dividido en mil millones de partes: el tiempo de las computadoras del siglo XXI. Hace tres años, estas máquinas realizaban medio millón de operaciones por segundo. Hoy, el 70% de las transacciones diarias las realizan aparatos aún más potentes programados con modelos matemáticos que les permiten adelantarse al flujo de los negocios y anotarse grandes ganancias o minimizar las pérdidas en cosa de segundos.
Lo del jueves, en suma, fue una batalla campal entre computadores. Esas son las máquinas que hoy gobiernan nuestras vidas: vigilan las pulsaciones de nuestros corazones en las salas de urgencias de los hospitales; controlan los vuelos de los aviones; gobiernan los semáforos; registran las operaciones de los bancos; llevan y traen las cartas de amor; son la extensión de la memoria humana.
Y por lo visto también quiebran las Bolsas.
Suerte en sus inversiones…