Por… Luis García Miró Elguera
Más que vergüenza es una temeridad la de los banqueros norteamericanos, quienes tras mendigar más de un trillón de dólares al Ejecutivo y al Congreso norteamericano –dizque para salvar el sistema– decidieron pagarse bonos millonarios con dinero de los contribuyentes apenas recibieran fondos colosales del Tesoro y de la Federal Reserve.
Algunos obtuvieron más de US$ 20 millones por cabeza, mientras que el total repartido bordeó los US$ 24 mil millones. Es evidente que el bono constituye un premio por haber hecho bien las cosas, sin embargo lo que hicieron estos banqueros fue precisamente lo opuesto, ya que llevaron a la quiebra a la banca con las consecuencias que su irresponsabilidad viene arrastrando al precipicio a los grandes bancos del planeta.
Daba risa ver hace poco sentaditos en la cámara de Senadores a los principales paladines de la banca de EE UU –Lloyd Blankfein, Jamie Dimon, John Mack, Vikram Pandit y Keneth Lewis– escuchando las feroces imputaciones de los legisladores de la Unión. “Hasta que (los banqueros) sean exitosos demostrando al pueblo norteamericano que el dinero que han recibido será usado razonablemente, mejor que no nos pidan más plata porque no lo van a recibir”, sentenció el presidente del comité de Servicios Financieros del Senado. Y en los diarios norteamericanos se leen comentarios tan duros como “queremos verlos (a los banqueros) arrastrándose, sudando. Queremos verlos endosando al pueblo americano sus cheques de nueve cifras por bonos. Queremos sangre”. Algo que revela el grado de indignación que existe en esa sociedad.
Es probable que si alguno de estos arrogantes leyese un comentario como este su reacción sería espetar: ¿a santo de qué reclaman estos latinos? Porque lo que hacemos en nuestro país compete solo a los norteamericanos. Falso. La globalización –ese instrumento promovido primordialmente por la banca estadounidense para expandir su imperio, sin control alguno– hará que los monumentales programas de salvataje –lanzados para evitar la quiebra de la banca norteamericana– generen un proceso inflacionario de dimensión impensada. Una hiperinflación que acabaremos pagando todos los mortales. No olvidemos que siendo el dólar –todavía– la moneda de uso común en el mundo, todo lo que suceda alrededor de esa divisa afecta no solo al comercio sino a cualquier transacción internacional que realicen los países. Y como lo que viene haciendo el Tío Sam desde hace cuatro meses es emitir dinero inorgánico –ni más ni menos que lo que hacía el Perú tercermundista con la maquinita, instrumento vetado por el Banco Mundial, el BID, el FMI y toda esa inútil parafernalia manejada por Estados Unidos para controlar lo que hace el resto del mundo, pero incapaz de hacerlo en su propia tierra–, repetimos, como Washington viene imprimiendo dinero inorgánico en cifras impronunciables –por la cantidad de ceros que arrastran–, la obvia consecuencia será una macroinflación. Y allí sí agarrémonos, porque nadie sabe qué consecuencias tendrá un proceso derivado del inconmensurable déficit que mes a mes sigue acumulando EE UU.
Suerte en vuestras inversiones…