Por… Beatriz De Majo
Una nueva tesis en boga desde los años 90, cuando Joseph Nye, desde la Universidad de Harvard la formuló, sostiene de existencia de un “soft power” protagonizado por China que tiene su efecto en Latinoamérica. La teoría intenta probar que la influencia de este gigante en algunas regiones del planeta se basa no en las cifras reales de sus relaciones económicas sino en la percepción que sus asociados tienen del futuro promisorio que la relación con China les pone enfrente.
Sin duda que algo de esto está ocurriendo, en mayor o menor grado en los países de nuestra región y con distintas intensidades y aristas en cada uno de ellos. Para algunos en el vecindario, China se ha vuelto un modelo de desarrollo digno de ser estudiado y emulado; para otros, el apego se da por el lado de la esperanza del acceso a su vasto mercado o por el deseo de obtención de inversiones; en unos cuantos, el interés viene asociado a la posibilidad de desarrollar infraestructura de la mano con los asiáticos dentro del contexto de alguna forma asociativa; en otros, lo que fascina y enamora de los chinos es su milenaria cultura china asociada a su ética del trabajo; en la mayor parte de todos, el acercamiento a China es un fuerte y positivo contrapeso estratégico a la tradicional influencia norteamericana.
Lo que es un hecho claro es que China ejerce sobre todos los países de la región una suerte de magia simplemente por haberse constituido, globalmente, en la “promesa del futuro”.
Desde el inicio de la crisis económica mundial a esta parte, una suerte de imán ha ido acercando a las dos regiones las que se han dedicado a identificar oportunidades de negocios bilaterales y están construyendo un entramado de operaciones que satisfacen las necesidades de cada región. China requiere de las materias primas abundantes que existen en los países latinoamericanos y, esta región, de su lado, ha visto en el coloso asiático la forma más directa y expedita de acceder a los capitales que no solo no son tan abundantes, sino que además exigen de condiciones de seguridad jurídica y de la existencia de infraestructura que facilite las operaciones. Latinoamérica pudiera estarse preparando para ocupar el lugar que África ha estado conquistando en la política exterior china, por las complementariedades naturales que se han ido dibujando entre las dos regiones.
Pero lo cierto es que todo, o casi todo está por hacer. Las sumas que se transan entre las dos regiones aún son extremadamente precarias. Algunos países del subcontinente sostienen con China intercambios de alguna significación pero aun los que más comercian: Chile, Perú, Argentina y Brasil, le dedican al mercado chino menos del 18% de sus exportaciones globales. China, por su lado, hasta el presente ha dedicado a inversiones en nuestro continente sumas bastante menos significativas que las asignadas a África ($41.000) o hasta a Europa ($25.000). En el año 2009 apenas sobrepasaron los 9.000 millones de dólares.
En América Latina ya parecen estar maduros algunos sectores para convertirse en anclas de relaciones prometedoras y no de carácter puramente anímico como proclama la tesis de Nye. Minería, agricultura y energía pudieran, por ejemplo, constituirse en las áreas de encuentro de China con el continente latinoamericano a partir de 2011.
Suerte en sus inversiones…