Por… Xavier Sala i Martín
La indignación de los acampados está plenamente justificada: la crisis económica es profunda, la tasa de paro entre los jóvenes supera el 40% incluso entre los que han estudiado durante años para obtener un título universitario, los que tienen la suerte trabajar lo hacen a salarios miserables y los líderes políticos parecen más preocupados por el inmediatismo de las próximas elecciones (¡y siempre hay unas próximas elecciones!) que por solucionar sus graves problemas.
Vaya por delante que ya sé que lo de las #acampadas es muy heterogéneo y que entre los indignados hay gente de todas las ideologías. Pero a nadie se le escapa que su pensamiento dominante es, cada vez más, el de los antisistema de izquierdas: acusan a los bancos de haber causado la crisis que les impide encontrar trabajo, proponen “soluciones” mágicas como la tasa Tobin, la nacionalización del sistema financiero o el “reparto” del trabajo con la jornada laboral de 35 horas. Y todo eso estaría muy bien si no fuera por el hecho de que no tiene nada que ver ni con la realidad.
El problema es que, a diferencia de lo que dicen sus recientemente descubiertas “biblias” (que son la película “Inside Job” y el panfleto de Stephane Hessel “Indignaos”), la crisis económica que vive España no tiene sus raíces en la banca, ni en los especuladores malignos, ni en los bonos tóxicos sub-prime emitidos desde Wall Street. Esos bonos quizá causaran la crisis norteamericana pero hay que recordar que el Banco de España había prohibido la adquisición de esos activos por parte de los bancos y cajas españoles por lo que en España no había ni un solo bono tóxico. España entró en crisis porque explotó la burbuja inmobiliaria que cegó a infinidad de ciudadanos en busca del dinero fácil. ¡Y si! Es cierto que los bancos concedían hipotecas, pero de ahí a que sean los causantes de la crisis media un abismo porque, que yo sepa, a nadie se le obligó ni a comprar viviendas, ni a pedir ccréditos, ni a gastar más de lo que se tiene. En cambio, lo que sí generó la burbuja fueron unos años de bonanza y complacencia que impidieron que se hicieran los deberes y se introdujeran las reformas que debían convertir España en una economía competitiva. De paso, eso permitió que diversos líderes políticos (del PP y del PSOE) se pasearan por el mundo fanfarroneando de jugar en la “championlí” de la economía.
A raíz de esa primera crisis, un gobierno del PSOE estimulado por toda una constelación de profetas del keynesianismo se dedicó a implementar ciegamente unas “políticas de izquierda” que intentaban substituir la demanda privada por demanda pública. Amparados en el aparente éxito que esas políticas habían tenido en 1929, esos economistas y esos políticos olvidaron las lecciones de la gran crisis latinoamericana de los años ochenta: los déficits y las deudas públicos excesivos a veces se convierten en insostenibles a mitad de la recesión, cosa que genera una crisis todavía mayor. ¡Ah! ¡Y antes de que se me olvide: América Latina tardó 20 años en salir de su crisis de la deuda! Ahí es donde nos encontramos en la actualidad.
A esa situación de crisis causada por la incompetencia del gobierno se suma el hecho de que la educación que les hemos dado a nuestro jóvenes no es la correcta. Durante años, la ideología igualitarista que domina el sistema educativo les ha impedido desarrollar todo su talento. Lo he dicho muchas veces en estas páginas y lo vuelvo a repetir: si queremos que todos los niños y niñas acaben sus estudios y que, además, todos lo hagan a la misma velocidad, sólo lo conseguiremos a base de reducir los niveles: la manada de búfalos corre a la velocidad del más lento por lo que el objetivo sólo se consigue a base de mediocridad. Y esa mediocridad no sólo impida a nuestros jóvenes competir en el mercado global con chinos, coreanos, alemanes o finlandeses, sino que ni siquiera les da la suficiente productividad para que a las empresas españolas les salga cuenta contratarlos a cambio de un salario decente.
Claro que incluso los estudiantes más aplicados que han conseguido aprender lo que el sistema educativo no les enseña lo tienen complicado para encontrar trabajo decente a salarios decentes. La razón es que cuando acaban sus estudios se enfrentan a un mercado laboral dual que protege los puestos de trabajo y los salarios de la gente de nuestra edad. Es decir, protege los derechos de los que ya tienen trabajo… a base de dejar a los parados y a los jóvenes que nunca han trabajado en un círculo vicioso de desempleo, salarios miserables y contratos temporales de los que es imposible salir.
Resumiendo, los acampados están indignados con toda la razón. Pero sus quejas van en la dirección equivocada. En lugar cargarse a la banca, a los bonos tóxicos y al capitalismo, deberían dirigir sus quejas al gobierno de izquierdas que ha utilizado una ideología obsoleta que ha hundido a España en la crisis más profunda, al cuerpo de profesores que ha impedido repetidamente las reformas educativas que les permitirían obtener los conocimientos necesarios para sobrevivir dignamente en el siglo XXI y a los sindicatos que se oponen a la reforma laboral que les condena a estar en el paro o a trabajar en la más indigna de las precariedades.
El problema es que la ideología dominante de los acampados les impide señalar a los verdaderos causantes de su indignación. O los jóvenes indignados se desmarcan de los que hasta hoy parecen dominar el movimiento, o pronto hablaremos de otra primavera fracasada.
Nos leemos en el foro de bolsa!