Por… JUAN JOSÉ HOYOS
Cuando conocí esta historia, pensé que era una broma. Una mujer que se ganaba la vida como terapeuta, decidió regalar todo lo que tenía, hasta su casa y su auto, y vivir sin dinero.
Hoy todo lo que necesita para vivir le cabe en una maleta. ¡Y es feliz!
Se llama Heidemarie Schwermer . Nació en 1942 en la Antigua Prusia. Durante la Segunda Guerra Mundial, ella y su familia llegaron a Alemania como refugiados. Allí, trabajó como maestra al menos 20 años. Luego se dedicó a la psicoterapia. Después de la muerte de su esposo, regaló todo y comenzó a vivir sin dinero.
La radio y la televisión alemanas han difundido su historia por el mundo.
Cansada de la vida que llevaba y preocupada por la cantidad de personas sin techo que había en su país, Heidemarie, que ahora tiene 70 años, regaló su casa, su auto, sus muebles y sus libros para ensayar esta aventura.
Sus respuestas al periódico La Vanguardia , de España, son una lección de vida.
Dice que sus dedos no han tocado todavía un euro. Que vive sin dinero desde hace por lo menos 16 años. Que la comida se la dan en un restaurante.
A cambio, ella cocina y les ayuda en la limpieza… Que regala su tiempo, su ayuda profesional y su compañía a la gente que la acoge. Las intercambia por un tiquete para el autobús, por una noche de hospitalidad.
Un día ayudó a unos padres a resolver un conflicto con sus hijos y le regalaron pases para la ópera. Dice que se hizo profesora porque quería mejorar el mundo, pero vio que el sistema educativo está concebido para alimentar el intelecto de los niños, pero no el corazón.
“A los niños se les orienta para conseguir un trabajo y que ganen dinero y más dinero. ¡Todo está enfocado a tener y no a ser!” Cuenta que, desilusionada de la pedagogía, se especializó en terapia gestáltica y ganó mucho dinero en su consulta. Tuvo 15 autos uno tras otro, una casa llena de cosas.
Y tampoco le pareció que así el mundo mejorase mucho.
Después dejó también su consultorio y empezó a regalarlo todo. Cuando la casa quedó vacía… ¡se puso a bailar, a bailar! “Me sentí tan ligera, tan libre, tan feliz” dice.
“Empecé a plantearme si realmente necesitamos tantas cosas, y comprar y comprar. Y me convencí de que no, de que son posibles otras formas de vida que no pasen por el dinero.
El dinero se convirtió en un valor en sí mismo. Acumularlo es la meta. Su posesión mide el valor de la gente. ¡Estoy en contra! Ahora tengo de todo. Y hago cada día lo que quiero. Ahora soy una persona sin techo, y no tengo derecho a votar por no tener domicilio, pero ante todo soy una persona libre. Sí, ¡me gusta mi vida! ¡Soy muy rica!”.
Suerte en sus vidas…