Por… Ana Cristina Restrepo Jiménez
Mi rutina nocturna: cierro las ventanas para que no se escape la gata, re-cobijo a mis hijos, leo, y, antes de que mis párpados se rindan, elimino el spam de gmail.
El correo basura, casi siempre, es igual: 1. Un señor me ha dejado una herencia millonaria; 2. Otro me prestará mucha plata; 3. Uno más, me quiere alargar el pene; 4. Y otro me conseguirá un marido extranjero.
Sólo ojeo el asunto del mensaje y borro sin revisar contenidos, las razones son en su orden: 1: Qué mentira; 2: Qué miedo; 3: No tengo; 4: Ya tengo.
El “sistema” considera spam , basura, los mensajes no pedidos ni queridos por el destinatario, o con remitente desconocido. Los virus y páginas filtradas (casinos, ventas, porno) también son spam.
El “sistema” llena la caneca por mí. Me evita pensar.
¿Qué tal un sistema de spam para el clóset, el escritorio, la cartera, la nevera, el nochero? el cerebro? el corazón?
Para el hombre contemporáneo, criatura de acumulación, el pensamiento y su hermanita la memoria (para unos gorda, para otros, famélica) son cargas insoportables. Nos llenamos de fotos (hasta de desconocidos), cartas, monedas, libros, discos, ropa; fetiches que, a veces, ni sabemos cómo llegaron a nosotros.
“Somos dueños de lo que podemos prescindir”, dicen por ahí. No estoy convencida.
A nuestro sistema de spam , humano, imperfecto, le cuesta mucho eliminar lo material. Y lo “desconfigura” borrar la experiencia: fragmentos de vida que nos han construido como hombres pero que, a veces, nos destruyen a través del recuerdo. Por más chulito que demos en la casilla de “delete”: ahí siguen.
Cualquier día, de repente, nos vemos frente a “amigos” y familiares a los que sólo nos une la historia. Seres con quienes no compartimos ideales, sólo cuentos rancios y memorias manipuladas (por ellos, por uno).
Y ¡plum!: a la papelera. (Aunque duela, también hacemos parte de carpetas ajenas de spam).
El poder selectivo de nuestra memoria es desequilibrado. Persiste en presencias no pedidas, indeseadas, virulentas; seres filtrados en nuestro corazón, remitentes desconocidos. Fantasmas siempre jóvenes. Rémoras que consumen nuestra tranquilidad.
Olvidamos una cita de Borges, el nombre del profesor que nos enseñó quién era Charles Darwin, pero nos persiguen chistes flojos y frases insulsas de políticos.
La esclavitud. Tener, ser tenidos.
Quién tuviera un sistema de spam , humano, que no evite pensar sino que permita hacerlo. Que deseche lo intrascendente. Para contemplar.
Una línea de la película Todas las mañanas del mundo, de Alain Corneau, sintetiza la idea que expongo: “Soy tan salvaje que creo que sólo me pertenezco a mí mismo”.
Suerte en su vida y en sus inversiones…