Salimos de una década conmocionados con la multitud de frentes abiertos tras la crisis. Y quien quiera récords que busque en 2010. Como si los diez últimos años hubieran pasado a toda prisa por uno sólo, el año que termina dejó las noticias más exageradas, los cambios más drásticos, un reguero de datos sin precedentes. En el repaso de las cabeceras de las principales revistas norteamericanas, los analistas habituales reconocen, en publicaciones tanto de corte demócrata como republicano, y en el sano intento de pasar página, que 2011 supone, ahora sí, el comienzo del siglo veintiuno. El salto pasa por sacudirnos el trauma del 2001-10 que empezó con cierta pérdida de control y comienza abriendo paso a la intención de enmendar los nuevos tiempos, cita Josh Tyrangiel en la última edición de Bloomberg Bussinessweek.
De la caída de las torres gemelas en 2001 con George Bush, al desplome de la bolsa de Wall Street con Obama, hasta la inaugurada “nueva normalidad” como telón de fondo. El término lo acuñaron Bill Gross y Mohamed El Erian, gestores estrella de fondos de inversión -gurús de la refundación del capitalismo – para explicar que el crecimiento económico mundial será menor en rendimiento y rentabilidad. Guste o no la previsión, Obama parece habérsela creído y pide calma, recortes, ajustes y paciencia para unos tiempos alejados de los felices veinte. Y como él, el resto de gobiernos en Europa. Pero, ¿hasta dónde habría que asumir esta era del New Normal? ¿Qué parte del desastre damos por permanente?
Por nueva normalidad habría que asumir entonces las evidencias del impacto del cambio climático, con grados de calentamiento desconocidos hasta ahora. En Pakistán, las lluvias más torrenciales de los últimos cien años dejaron 1.500 muertos; en Nueva York, mes de julio, un tornado tocó suelo en el barrio del Bronx, no ocurría desde 1974; en Finlandia alertaron a los padres de mantener a los hijos dentro de casa. En definitiva, el año más caluroso según la NASA, que conserva el registro de las temperaturas de los últimos 131 años. Por no hablar del terremoto de Haití seguido del cólera. Como se pregunta Noah Diffenbaugh, profesora de medioambiente en la universidad de Stanford, sobre la ola mundial de calor, ¿Está lo raro convirtiéndose en normal?
El consejero delegado de Apple, Steve Jobs, presentó a finales de enero el Ipad, una tableta fácil de usar para escuchar música, ver películas, leer libros. Abriendo paso, más todavía, a lo gratuito, a la rapidísima transmisión de información a través de la red. El pasado septiembre, una estudiante de periodismo de la universidad de Long Island se dirigió a Steve Jobs con el fin de resolver dudas para un trabajo sobre la introducción del Ipad entre los alumnos de su universidad, a lo que Jobs respondió, “nuestros objetivos no incluyen ayudarle a sacar buena nota”. La alumna insistió y la compañía zanjó la petición, “déjenos en paz” fue la respuesta. Para Apple, por delante de IBM en beneficios, avanzar sin humanidad, podría ser progreso. Y si así fuera, sus usuarios, ¿deberían aceptarlo, comprar, callar? Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, ha puesto en jaque la privacidad con la red más eficaz para las relaciones abiertas entre personas. Con más de 500 millones de usuarios conectados, entre ellos se encuentra una buena parte del 37 por ciento de jóvenes, entre 18 y 29 años, en paro o fuera del sistema de trabajo, según el Pew Research Center; o parte del 85 por ciento de los estudiantes que se gradúan este año y planean volver a casa de sus padres. La nueva normalidad nos obligaría a creer que a mayor conexión y comunicación acompañe la falta de futuro.
Con el paro como síntoma de una economía enferma, la mayor preocupación de los economistas para este nuevo año no es el número acumulado sino el estancamiento. Hoy 6,3 millones de americanos llevan más de 27 semanas en paro, cuando empezó la recesión en 2007, eran 1,3. El patrón encaja a la perfección en los gobiernos de Merkel, Zapatero, Sarkozy, de toda Europa. Y ante el peor año para algunos, el mejor para otros. Walll Street selló el 2010 con beneficios de 19 mil millones de dólares, el cuarto mejor año de su historia. Tampoco les fue mal a las sociedades financieras y el índice Standar and Poor´s, por poner un ejemplo, logró el once por ciento de beneficios para sus inversores. Como se preguntan los analistas, si las cosas no están tan mal, ¿por qué lo parecen?. El trabajo, la vivienda, el 17 por ciento de norteamericanos, es decir, 26,6 millones de ciudadanos, sin empleo o sobreviviendo con una media jornada, al igual que en el resto de países, hace que la frustración colectiva sea más contagiosa que los privilegios de Wall Street.
Lejos de las predicciones, entre los retos del nuevo año estará no asumir la nueva normalidad de los mercados, ese ganar más por menos, a cambio de aprender las lecciones de la crisis e imponer una agenda más humana. Para eso, los gobiernos deberían recuperarse, coger fuerzas para arbitrar una economía de dos velocidades que favorece a unos y perjudica al resto. Arrancamos la década sin manual de instrucciones, con la certeza de que la crisis iba en serio y el ánimo de darle la vuelta a toda costa. Si se consigue lo segundo, volvería a tener sentido el optimismo embargado del Yes we can. Pongámonos a trabajar y quedemos para celebrarlo.