Los fundadores de Estados Unidos dejaron un legado que no se suele celebrar cada 4 de julio cuando llega el Día de la Independencia, pero que sí afecta a todo el país: la deuda nacional.
Estados Unidos se endeudó por primera vez para pagar por su guerra de independencia. Desde entonces, la deuda no ha parado de crecer y hoy llega a 11.5 billones de dólares o más de 37,000 dólares por cada habitante del país. Lo que es más, sigue aumentando un billón por año.
Esta montaña de deuda podría con facilidad convertirse en la próxima crisis económica si Washington no toma medidas, advierten los economistas.
“A menos que mostremos un compromiso fuerte con la sustentabilidad fiscal en el largo plazo, no vamos a tener ni estabilidad financiera ni un crecimiento económico saludable”, dijo hace poco al Congreso el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke.
Las consecuencias inevitables serían impuestos más altos o beneficios y servicios federales reducidos o ambos.
La deuda complica los intentos del presidente Barack Obama y del Congreso de enfrentarse a la peor recesión en décadas, pues los gastos para estimular la economía y para el salvamento de los bancos coinciden con menores ingresos por impuestos para aumentar la brecha.
Los pagos de intereses de la deuda por sí solos costaron 452,000 millones de dólares el año pasado y fueron el renglón más abultado de gastos después de los seguros de salud Medicare y Medicaid, la seguridad social y la defensa nacional. La deuda está desplazando con rapidez a otros gastos del gobierno y al Tesoro le cuesta cada vez más encontrar nuevos prestamistas.
Estados Unidos tuvo un balance negativo por primera vez en 1790, cuando se hizo cargo de 75 millones de dólares en deudas de guerra acumuladas por el Congreso Continental.
Alexander Hamilton, el primer secretario del Tesoro, dijo: “Una deuda nacional, si no es excesiva, será para nosotros una bendición nacional”.
Qué bendición. Desde entonces, el país sólo estuvo libre de deudas una vez, entre 1834 y 1835.
La deuda nacional ha crecido en tiempo de guerra y se contrajo en épocas de paz, pero por lo general se mantuvo en subida. En las últimas décadas, creció fuertemente, excepto entre 1998 y 2000, cuando hubo superávit en los presupuestos anuales, en parte debido a una economía sobrecalentada.
La deuda despegó con las guerras en Iraq y Afganistán y el gasto para estimular la economía de los presidentes George W. Bush y Obama.
El cronómetro de la deuda nacional en un edificio cerca de la Plaza Times en Nueva York se quedó sin dígitos suficientes en 2008 cuando el monto superó los 10 billones. Desde entonces, lo modificaron para que cupieran cifras más altas.
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