Gradualmente los árboles fueron cada vez más escasos, más y más pequeños, y cada vez menos importantes. Para cuando cortaron la última palma adulta con frutos, ya hacía mucho tiempo que las palmas habían dejado de tener importancia económica.
Ahora quedaban palmitas cada vez más pequeñas que botar cada año, además de algunos arbustos y arbolitos. Nadie habría notado la tala de la última palmita. Ahora, para nosotros el significado de la Isla de Pascua debiera ser sobrecogedoramente obvio.
La Isla de Pascua es el cuento corto de la Tierra. Hoy, de nuevo, una población creciente choca con recursos decrecientes. Tampoco tenemos ninguna válvula de escape por emigración, porque todas las sociedades humanas están unidas por el transporte internacional, y tampoco podemos escapar al espacio, así como los pascuenses no podían huir por el océano.
Si nosotros continuamos por el curso actual, pronto habremos agotado las pesquerías mayores del mundo, los bosques de lluvia tropicales, los combustibles fósiles, y mucha de nuestra tierra para cuando mis hijos alcancen mi edad actual. Cada día los periódicos informan de detalles macabros sobre países hambrientos –Afganistán, Liberia, Ruanda, Sierra Leona, Somalía, la ex Yugoslavia, Zaire– donde los soldados se han apropiado de la riqueza o donde el gobierno central está quedando a merced de hordas locales armadas.
Con el riesgo de guerra nuclear disminuyendo, la amenaza de que terminemos en un colapso generalizado no ha logrado que nos demos cuenta de que debemos detener nuestro curso actual. Nuestro mayor riesgo está ahora en que sigamos cuesta abajo, lentamente, sólo gimoteando, quejándonos.
Las posibles acciones correctivas son bloqueadas por los intereses creados, por los líderes políticos y económicos “bien intencionados”, así como por sus electorados, todos los cuales actúan perfectamente bien al no notar los grandes cambios de un año para otro. Cada año hay sólo un poco más de gente, y un poco menos recursos en la Tierra.
Sería fácil cerrar los ojos o rendirse a la desesperación. Si a los pocos miles de pascuenses les bastaron herramientas de piedra y el poder de sus propios músculos para destruir su sociedad y su medio ambiente ¿cómo los 6 mil y medio millones de personas con herramientas metálicas y con poderosas máquina no lo vamos a hacer peor?
Pero hay una diferencia crucial. Los Isleños de Pascua no tenían ningún libro y no sabían la historia de ninguna otra sociedad condenada a sucumbir. Al contrario de los pascuenses, nosotros sabemos la historia del pasado información que podría salvarnos. Mi principal esperanza para la generación de mis hijos es que nosotros ahora podemos escoger aprender del destino de sociedades como la antigua sociedad de la Isla de Pascua.
¿Qué conclusión hemos sacado de esta serie de artículos?