Por… Beatriz De Majo C.
Cuando Brasil anunció en abril del 2009 que China había
superado a los Estados Unidos en la lista de sus socios comerciales globales,
nadie pareció sorprendido a pesar de que con ello 80 años de relaciones
comerciales preferidas entre el coloso suramericano y la gran potencia mundial
comenzaban a quedar atrás.
Welber Barral, el Ministro de Comercio brasilero de la época, dijo que los
intercambios entre los dos países habían alcanzado los 3.200 millones de
dólares ese mes, un signo que dejaba ver que el comercio se había multiplicado
por 12 desde el 2001. Una revolución en las relaciones externas del Brasil
había estado gestándose por años y comenzaba a florecer.
Dos años después ya es posible percatarse de cómo los sectores público y
privado del Brasil se han estado alineando para ese nuevo género de relaciones
transcontinentales.
Solo que para medírseles a las necesidades de China hay que correr en grandes
ligas. Y así lo vio el magnate Eiker Batista, cuando ideó e inició Açu
Superport, la portentosa obra de infraestructura capaz de darles servicios
portuarios a los crecientes intercambios con la potencia asiática. Para cuando
comience a operar Açu podrá recibir a Chinamax, un buque con el doble de la
capacidad de los más grandes cargueros que cubren la ruta entre Brasil y China
y con espacio para acomodar en sus bodegas 400.000 toneladas de mineral de
hierro.
Batista fue de los primeros en percatarse que la falta de puertos adecuados
podría ser el obstáculo principal para que Brasil no avanzara en su expansión
externa adecuadamente. Pero no solo planificó y buscó socios para un puerto de
enormes dimensiones. Las instalaciones portuarias serían un eslabón final en la
cadena de integración de complejos industriales de gran dimensión en el terreno
minero, energético y petrolero en las que el mismo Batista tiene significativos
intereses.
La talla de Açu es realmente gigantesca. El puerto de San Joao de Barra se
ubica en una franja costera con dos veces y media la superficie de Manhattan y
atraerá en los próximos meses 40.000 millones de dólares en inversiones.
Evidentemente también son empresas chinas las que ya han aportado capitales
para las industrias que se integran y que serán las principales usuarias de lo
que ya se llama la “Superautopista a China”. El país asiático se ha
convertido en socio en las ferromineras, las acerías y la petrolera que ya
están en marcha, además de estar invirtiendo en la producción, acopio y
transporte de la soja brasilera que importa masivamente de su socio
suramericano.
Todo ha comenzado a alinearse para que esta novedosa y planificada relación entre
gigantes sirva a las necesidades de los dos lados, eso sí, dentro del más
acabado esquema capitalista occidental. China pondrá de sus bolsillos, en las
actividades por ahora en marcha, unos 37.000 millones de dólares en una apuesta
de largo plazo que se anuncia beneficiosa para cada lado de la ecuación.
La moraleja es que la escala cuenta, no cabe duda. Nadie más en toda
Latinoamérica, salvo el Brasil, tiene el fuelle económico, las ganas, las
dimensiones y las estrategias bien formuladas para hablar de tú a tú con el
descomunal emporio chino.
Suerte en su vida y en sus inversiones…