El valor de las abejas
Por Martha Meier M.Q. Periodista (*)
Las abejas son si se quiere el alma de la cultura. Su zumbido acompañó el largo camino de aquellos recolectores y recolectoras de hojas, bayas y miel que tras descubrir la agricultura pudieron asentarse para empezar a desentrañar los misterios de la vida y, con ello, forjar las bases de la civilización. Su zumbido hoy cobra mayor vigencia, al tomarse plena conciencia de la importancia de las abejas y sus aportes económicos.
Para muestra un botón: el rendimiento de las cosechas de café puede incrementarse en más de 50% con la participación de las abejas y otros polinizadores. Así lo sostiene el científico estadounidense David Roubik, experto en investigaciones tropicales del Instituto Smithsoniano. El dato cobra especial relevancia si tomamos en cuenta que, hasta el reciente descubrimiento de Roubik, se creía que las plantas de café se autopolinizaban por lo que era irrelevante, por tanto, la intervención de los insectos. Pero, como dicen, sorpresas te da la vida.
Y esto no es todo. Al menos un tercio de las frutas y verduras consumidas alrededor del globo resulta de su labor polinizadora en los cultivos establecidos por el ser humano. Tal información la ha divulgado Eric Mussen, especialista en apicultura de la Universidad de California.
Si en un caso hipotético las abejas desaparecieran de Gran Bretaña, en un solo año se perdería más de 165 millones de libras esterlinas y desaparecerían los cultivos de manzanas, peras y canola de la isla, informa la Asociación de Apicultores de Gran Bretaña; esto, claro, a menos que la polinización se realice manualmente, lo que terminaría inflando los precios al convertirse en una función remunerada.
El año pasado, por ejemplo, la Agencia para la Protección del Ambiente italiana (APAT) reveló que ese país había perdido la friolera de 250 millones de euros por la reducción de la población apícola. ¿Las causas de este declive? Para variar, las malas prácticas humanas que llevan a desequilibrios ambientales, contaminación, mala calidad del agua y difícil acceso a ella.
Las abejas son, pues, un verdadero tesoro, uno de los principales agentes polinizadores que cumple su labor, silenciosa y hasta clandestinamente, de modo que asegura la producción y el comercio de alimentos.
Hasta donde se ha constatado, 87 de los 115 cultivos más importantes para la economía y la dieta planetaria requieren de polinización para desarrollarse. Nueces y lechugas, brócolis y melocotones, paltas y pepinos: gran variedad de especies comestibles depende de la abeja para producir semillas, con lo que se garantiza así la sostenibilidad de los cultivos y la posibilidad de que los agricultores puedan volver a sembrarlos, año tras año.
Ellas no solo nos brindan cera, miel, polen, jalea real (antianémico por excelencia) y propóleos (antibiótico natural). A la abeja le debemos, también, por lo menos un trillón de dólares (sí, así como se lee: un trillón de dólares) de los tres trillones del comercio anual de productos agrícolas. Hay que agradecerle también por el 35 por ciento de las calorías y la mayoría de vitaminas y minerales que consumimos cada año, según informes de la Universidad de Gotinga, Alemania.
Los aportes de las abejas para la economía son, pues, muchos y muy grandes. Pero sus servicios no quedan allí. Estamos frente a un verdadero y utilísimo escuadrón de inspectores ambientales, que pueden ser la fuerza laboral para novedosas microempresas ‘verdes’. Así es. Las abejas son excelentes bioindicadores. Tras buscar el polen y volver a sus colmenas, es posible analizarlas y obtener datos sobre la calidad ambiental de una determinada zona y los contaminantes presentes. Toda esta información (metales pesados, pesticidas, etc.) es ‘atrapada’ en el diminuto vello que cubre a cada una. En varias áreas agrícolas de Europa, principalmente Alemania, Italia, Inglaterra y España, estos ejércitos alados y zumbadores ya están en acción recogiendo muestras, reduciendo costos y contribuyendo con conservar el planeta.