Por… Beatriz De Majo C.

Aún no terminamos de ver claro hacia dónde lleva al mundo la crisis que atraviesan los mercados: todavía el tiovivo de los valores de las bolsas y las predicciones de los analistas no señalan un rumbo definido. Lo que sí sabemos es que todos tendremos enfrente años para hilar fino en las estrategias para controlar el daño económico y para recuperar una senda expansiva.

Para China, las cosas no pintan mejor, porque para el momento en que se presentó el actual tsunami ya el país experimentaba cansancio en algunas de sus variables y las rigideces se estaban haciendo visibles. De hecho, los entendidos en la materia anticipaban un aterrizaje forzoso de su economía para después de 2013.

Las razones por las que China no presentó un severo descalabro con la crisis de 2008 fue la avalancha de inversión que el gobierno forzó hacia el torrente económico.

Cuando las exportaciones se vinieron al suelo, el país respondió elevando la proporción de inversión de 42% al 47% del PIB.

Y al manifestarse el actual colapso ya la inversión doméstica es tan grande como el 50% del PIB y por ello comienzan a hacerse notorios los problemas de sobrecapacidad que genera una inversión desproporcionada. Trenes veloces que no se deben terminar de construir porque ellos acabarían con 45 aeropuertos que perderían su sentido económico; ciudades fantasma y llenas de rascacielos inhabitados; autopistas que no son transitadas; plantas de producción de aluminio cerradas para evitar que los precios se descalabren; una inmensa industria automotriz que no alcanza a colocar su producción a pesar de los estímulos al consumo.

Orientar hacia los mercados externos la capacidad ociosa de sus plantas manufactureras no es una opción válida ya que por fuera de sus fronteras el mundo va a toparse con el devastador fenómeno del desconsumo y el proteccionismo volverá a tocar a la puerta.

Todo parece indicar que China se topará, antes de lo previsto, con serias presiones deflacionarias y con el demonio desestabilizador del decrecimiento. Se va a hacer imperativo, más temprano que tarde, aminorar el paso en materia de inversión y asumir el costo social que lleva implícita una carga explosiva.

La solución pasa igualmente por incentivar aceleradamente el consumo interno, pero esta salida también se va a dar de narices con rigideces arraigadas y de muy lenta resolución. ¿Cómo poner a gastar a manos llenas a la sociedad más apegada al ahorro del planeta?

Quienes observan históricamente el desarrollo del gran gigante piensan que hacen falta dos décadas para revertir comportamientos estructurales como son los de invertir mucho y gastar muy poco.

Todo parece indicar, a esta hora, que el mantenimiento de las tasas de crecimiento de las últimas décadas es un objetivo inalcanzable, pero los elementos políticos que se entremezclan con la debacle económica en puertas determinarán que la expansión por la vía de la inversión se convierta en un imperativo estratégico y de seguridad nacional. El cambio en el liderazgo político que se prepara para antes de un par de años es razón suficiente para hacer que las cosas no cambien por parte de quienes no soportarían perder los hilos del poder.

Lo que hay que anticipar es que el costo que deberá pagar por ello el sucesor de Hu Jintao va a ser inconmensurable.

Suerte en su vida y en sus inversiones…