Por… Beatriz De Majo C.
Las turbulencias financieras han marcado la escena mundial
en las últimas semanas y el panorama luce sombrío sin que una solución
práctica, certera e inmediata se avizore. El mundo se prepara, pues, para una
larga sequía. En España resucitan el impuesto al patrimonio, en Estados Unidos
les aplican el torniquete fiscal a los ricos, las medidas de austeridad se
reproducen como champiñones por doquier y los países en su conjunto reducen a
la baja sus tasas de crecimiento.
En todas partes se busca una solución capaz de detener el paro económico
mundial que está en puertas y las miradas se vuelven hacia China, un país que
por su talla pudiera tener el fuelle necesario para ponerle una barrera de
contención a la hemorragia. Pero lo que se ve del otro lado del Pacífico
tampoco es bueno. China no parece querer moderar el vendaval sino agregarle más
viento a la tormenta.
Las alarmas allí también están disparadas: las autoridades acaban de anunciar
que su sector manufacturero lleva tres meses consecutivos por debajo del índice
de 50 puntos que es el que marca la línea divisoria entra crecimiento y
contracción. Y si la industria China continúa sin recuperación, o si su caída
se prolonga, lo que parece ser inevitable dados los altos niveles de demanda
externa que esta atiende, el componente que le agrega la potencia asiática a la
crisis lo que anticipa es mayor descalabro. Un solo dato: China consume la
mitad del cemento del mundo y la mitad de su hierro.
La carta decidora la podría tener China por el alto componente de reservas
internacionales que el país ha acumulado. Solo que el problema allí no es la
disponibilidad sino la disposición a la ayuda externa con recursos propios.
Fareed Zakaria elucubraba la semana pasada sobre la tabla de salvación que
representaría que el FMI pudiera obtener, para paliar a la crisis europea, una
línea de crédito contra las reservas internacionales chinas, las más abultadas
del planeta. De esta manera se podrían atender los dos descalabros más
importantes en puertas: Italia y España. La cantidad requerida sería enorme,
unos 600 billones de euros, pero el FMI podría asegurar el control del despegue
económico de ambos países por los próximos dos años.
El silencio en Beijing no pudo ser más elocuente. Wen Jiabao, totalmente
enfocado en sus propios intereses, apenas dejó ver que los aportes de fondos de
su país lo que buscan es seguridad y retorno, además de liquidez, pero asimismo
en contraparte exigirían mayor participación en los mercados del Viejo
Continente.
En síntesis, la política exterior y la financiera de China no están diseñadas
para salvar al mundo sino para atender a sus propios intereses. Ni siquiera en
el caso del frenazo más sombrío que está a la vuelta de la esquina y que no le
depara a China más que la acentuación de sus propias estrecheces. Europa y
Estados Unidos en una recesión como la que se avecina dejarán de gastar y de
consumir chino. Lo que se requiere del líder de Asia no es generosidad
internacional sino la adopción de una filosofía más amplia para atender sus
prioridades. Y abrazar un rol responsable para China de cara al mundo que ha
hecho posible el sostenimiento de su bonanza económica.
El panorama por ahora es sombrío y el pesimismo es rey: China podría tener la
llave salvadora pero en su línea de pensamiento estratégico Beijing no pretende
utilizarla.