Por Beatriz de Majo C.

Un reciente trabajo publicado en The Economist titulado “La batalla del siglo”, especula sobre los alcances que puede tener la falta de entendimiento entre China e India, considerando que ambos países van a liderar -y de ello no cabe duda- el desenvolvimiento de la economía mundial en este siglo XXI. Los problemas entre los dos gigantes no tienen que ver, al menos por ahora, con la supremacía económica, de uno sobre el otro, pero los mantienen igualmente enfrentados.

India no ha puesto a un lado el sentimiento de humillación que China le enrostró en una guerra que tiene medio siglo de vieja. Pero es que China simplemente no le permite a su vecino pasar la página de la desconfianza. No se trata solo de la existencia de una ancestral disputa limítrofe -lo que también cuenta en la desavenencia bilateral- sino un goteo permanente de desencuentros que no permiten sanar las viejas heridas: China impide activamente la asignación de una silla para India en el Consejo de Seguridad, maniobra para dificultar su aprovisionamiento energético, establece alianzas estrechas con países del área de influencia hindú en la región.

Y en el caso de India, su cada vez más activo involucramiento con los Estados Unidos no hace sino generar incomodidades en Beijing, particularmente cuando el acercamiento reviste una importante cooperación nuclear.

A ello se suma que la política externa que se genera en Delhi no causa internacionalmente las urticarias que sí provoca la arrogante diplomacia china y evidentemente le reditúa a la India mejores y más útiles simpatías en la escena global.

La existencia de un régimen democrático en el territorio vecino no está allí para mejorar las cosas. Si bien esta democracia cojea por más de un flanco, en el terreno de lo social -un tema en el que ambos países mantienen un frente muy débil- el régimen de libertades prevaleciente en India es una importante válvula de escape de la que China no dispone y que necesita desesperadamente en la medida en que las desigualdades se tornan más flagrantes y el descontento de los excluidos se manifiesta más frecuente y violentamente.

Nada hace pensar que la diatriba insoluta que estos dos países mantienen sobre los territorios himalayos en disputa de Arunachal Pradesh pueda provocar un enfrentamiento armado en los tiempos por venir.

Pero, de igual manera, es necesario preguntarse por qué ambos países mantienen la cuerda tensa en torno a este tema y por qué India, por ejemplo, mantiene en la región un contingente armado cercano a 100.000 hombres.

Pareciera que el plato del orgullo y del honor no se come con los mismos cubiertos en Oriente que en Occidente. Esta tensión persistente que los dos titanes alimentan cada uno a su manera, hace rato que habría sido resuelta por las buenas en Occidente. Los 60.000 millones de dólares de intercambios que hoy por hoy se están transando bilateralmente y las expectativas de la sumatoria de estas dos economías pujantes y crecientes, son suficiente argumento para intentar seriamente juntar esfuerzos hacia un futuro más prometedor en lugar de estar, mutuamente, poniéndose piedras en el camino.

Suerte en su vida y en sus inversiones…