Por… Öscar Henao Mejía

Me molesta enormemente cuando alguien que va en un vehículo, de servicio público o privado, arroja un papel o la corteza de una fruta a la calle, cuando veo que en las laderas de las quebradas abandonan escombros y basuras, cuando se me vuelve imposible pasar por inadvertido todo lo que, de forma cínica y soez, escriben y pintan en las puertas de los baños públicos. Me molesta que, si me dan chico, si no me pillan, si no me ven, tumbo en el contrato y altero las condiciones pactadas.
La nuestra es una sociedad de guardianes, unos de carne y hueso, de fusil o garrote, que vigilan la unidad residencial, los centros comerciales, las calles, los semáforos, las carreteras, y otros detrás de las cámaras que registran contravenciones de tránsito, que vigilan las estanterías de los supermercados, el comportamiento de las barras de fútbol.

El territorio de nuestra sociedad es panóptico. En cualquier rincón sabemos que hay ojos que nos controlan y escrutan. Si se desactivaran, nos saldría de inmediato el otro yo, truhán y mezquino.
La razón está en que, más que para la autonomía, nuestra cultura nos ha formado para la heteronomía, para depender de otros, para actuar bajo el control de otros.

Por naturaleza, ya adherida a nuestros modos de ser, respondemos con mayor facilidad a los requerimientos externos de autoridad o autoritarismo, que a nuestro propio criterio, seguramente, porque aún no hemos formado ese criterio.
Es posible que, aún desde el sector educativo, formemos, no para la libertad y la autonomía personal, y mantengamos unas prácticas que refuerzan el comportamiento heterónomo.

Muchas veces tomamos decisiones que deberían haber nacido de nuestros estudiantes, resolvemos conflictos que pueden resolver ellos solos, y limitamos el mundo en el que pueden actuar como sujetos responsables.
La tarea que se encara desde la escolaridad es, entonces, la de ayudar a construir en los sujetos que allí comparten una experiencia de vida, una ética de la autonomía y de la dignidad, basada en la confianza y el respeto mutuo, y no en el recurso del control y la fuerza de una autoridad exterior; construir la sensación de sentirse parte de un colectivo, dentro del cual, de forma libre y responsable, pueden asumir decisiones racionales.

Nuestro proyecto de nacionalidad no puede apuntar a cristalizarse en un país de guardianes, fusiles, garitas de vigilancia y cámaras escrutadoras de los desmanes de los ciudadanos.
Debe apuntar a fortalecer la sensación de una autonomía fuerte. De ahí la importancia de ese momento, por décadas esperado, en que la educación sea la prioridad de la inversión social. Sabemos que todas las demás metas y propósitos se quedan a mitad de camino si la educación no las secunda.
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Suerte en su vida y en sus inversiones…