Por… Juan David Escobar Valencia

“El amor es ideal. El matrimonio es real. La confusión de las dos cosas no debe quedar jamás sin castigo”. J. W. von Goethe.

Como el consenso no hace parte de ese cuerpo del saber, la definición de Economía de Lionel Robbins de ser la ciencia que estudia la conducta humana como una relación entre fines y medios escasos que tienen usos alternativos, será discutible y parecerá a algunos una visión muy “micro” de la misma, pero destaca su vínculo con las aspiraciones y limitaciones humanas.

Por eso resulta interesante a quienes no somos economistas, por desgracia para algunos y por suerte para otros, ver las manifestaciones de los fenómenos económicos en las actividades y decisiones de las personas, aunque seguramente el efecto es también en la dirección inversa.

Es el caso de las crisis económicas, que no manifiestan sus efectos solamente en los balances contables o en el valor de las acciones, sino también en el terreno de las relaciones maritales y amorosas.

La reciente crisis económica, particularmente en EE.UU. donde hacía décadas no convivían con una tan intensa y persistente, parece haber convertido al matrimonio, que según el dramaturgo español Alejandro Casona es el amor domesticado, en algo parecido a un hospital, al que pocos se atreven a entrar, a menos que sea completamente necesario, y quienes están adentro no pueden abandonarlo por las circunstancias, así lo deseen más que nada. Miremos algunas cifras.

Primero los que no entran. La Oficina del Censo de EE.UU. informó que después de décadas de una disminución en la tasa de matrimonios, a causa de los cambios en la estructura social y los niveles educativos de las mujeres, la tendencia se acentuó aun más entre 2007 y 2009, y por primera vez en al menos un siglo, la población de adultos entre 25 y 34 años que nunca se han casado superó a los que sí lo han hecho. Con sueldos en peligro o en el mejor de los casos con ingresos estancados, los enamorados presionados por sus hormonas parecen estar siendo vencidos por sus neuronas y están postergando sus planes nupciales.

Ahora los que quieren salir. En un reciente artículo, Mary Pilon señalaba que es históricamente conocido que el número de divorcios baja en las épocas de dificultades económicas, y esta crisis no fue la excepción. Entre 2007 y 2008, la tasa de divorcio entre mujeres casadas pasó de 17.5 por cada mil personas a 16.9, según el Proyecto Nacional de Matrimonio de la Universidad de Virginia. Los divorcios de por sí son difíciles para el corazón y el resto del cuerpo, pero adicionalmente en una crisis económica, las expectativas de una división de activos en un entorno de disminuidos valores de la propiedad raíz, bajos salarios y rendimientos financieros, hasta posibilidades de pérdida de empleo, en contraste con costos altos de salud y educación, hacen mal negocio darse el gustico de perder de un solo golpe 70 u 80 kilos por vía legal.

Y para acabar de ajustar, una lógica no muy rigurosa haría pensar que a causa de las dificultades que una crisis económica acarrea, las opciones de diversión de las parejas se ven reducidas y la salidita a “comer afuera”, ir al cine o de vacaciones tendría que ser reemplazada con “todo tipo de comidas adentro de la casa”. Pero parece que ni ese gustico se pudo. La tasa de natalidad en EE.UU ha disminuido en los dos últimos años, pero la de 2009 fue la más baja en un siglo. Que Dios salve a América.

Suerte en su vida y en sus inversiones…