Por Alvaro Bermejo
Las crisis del capitalismo tienden a ser analizadas como las predicciones de los metereólogos, con el resultado invariable de que siempre llueve sobre los mismos. En España no dejan de llover ajustes y recortes que se nos presentan como inevitables. El telón de fondo dibuja una contraposición perversa: o reformamos a fondo el Estado autonómico, o ya nos podemos ir despidiendo del Estado del Bienestar. Mucho me temo que tras la reforma de la Sanidad y la Educación públicas comienza a asomarse un cambio de modelo que apunta a la privatización de ambas arrastradas por la corriente de pensamiento dominante, donde se cruzan el ultraeconomicismo y el neoliberalismo disciplinario.
En otro tiempo se decía: la salud es lo primero. Lo primero que se pierde, diremos ahora. Salvo que el nuevo Gobierno sancione por decreto la prohibición de enfermar. Ante la alarma social generada por la reforma se nos precisa que no se van a recortar prestaciones. Todo se limitará a una reestructuración de nuestros servicios sanitarios. No parece difícil unir los cabos: gestión empresarial al canto. La salud también es un gran negocio, los mercados.
No hace mucho el presidente catalán lo dijo en inglés: haremos una política ”busines friendly”. ¿Cabe mayor gesto de amistad a los negocios que poner la salud y la enfermedad a su disposición? Allá, en la avanzada Cataluña ya está en vigor el copago y resulta perfectamente compatible con una Sanidad pública en caída libre hacia parámetros tercermundistas. El caos se intenta mitigar con campañas dirigidas a la población para que no sobreutilice los saturados servicios públicos. El poder siempre se ejerce sobre la base de la culpabilización de la ciudadanía, fundamento de la servidumbre voluntaria. Como decía Walter Benjamin, el capitalismo es una peculiar religión que culpabiliza y no ofrece ninguna salida expiatoria.
A falta de mejores terapias se hace creer a la ciudadanía que es ella la responsable del clamoroso déficit publico de este país. La austeridad puede ser una anestésico social muy eficaz. Aunque con efectos secundarios: los recortes, que deberían ser meros instrumentos, acaban convirtiéndose en fines en sí mismos.
Puede que hoy por hoy ir al médico sea barato, pero la mala Sanidad que se avecina sale muy cara. Pues, se venda como se venda, el copago no es otra cosa que un impuesto a la enfermedad.
Ahora los seguros privados también sirven para firmar certificados de defunción. Empezando por el de la sanidad pública.
Salud y suerte en las invesiones, las vamos a necesitar