La opinión del gigante asiático cada vez cuenta más en el entorno corporativo internacional
Pocos dignatarios extranjeros, por no hablar ya de empresarios, acceden al complejo de Zhongnanhai cercano a la Ciudad Prohibida de Pekín. Warren Buffett, que, a mediados de mayo apareció estrechando la mano del viceprimer ministro chino Wang Yang, parece ser la excepción. í‰sta es la prueba más evidente de la influencia internacional del multimillonario estadounidense. Se trataba de la cuarta visita que había hecho el presidente y consejero delegado de Berkshire Hathaway a Pekín. En esta ocasión, Buffett acudió por negocios. Su conversación con Wang versó sobre la visión que tiene de China y sobre el futuro de las marcas estadounidenses más famosas. Garantía Según personas de su entorno, uno de los motivos de la visita fue obtener la garantía de que China apoyaría la opa de Heinz, el fabricante de ketchup. Los reguladores de EEUU habían descartado el argumento más evidente contra la operación: que Buffett y el grupo de capital riesgo 3G, propietario de Burger King, podrían subir el precio del ketchup Heinz a las cadenas rivales de comida rápida. Sin embargo, Buffett y sus socios brasileños necesitaban la aprobación de reguladores de 14 países distintos -China incluida-, para cerrar la operación. China aprobó el acuerdo de Heinz a finales de mayo. Hace una díécada, nadie habría imaginado que los reguladores chinos llegarían a tener algún tipo de influencia en una empresa occidental. Pero la opinión de China cuenta cada vez más en el entorno corporativo internacional. La semana pasada, el mayor lobby empresarial de EEUU, la Cámara de Comercio, habló sobre la frustración de las empresas que hacen negocios en China y de cómo el país utiliza su legislación sobre la competencia para atacar empresas extranjeras, aunque parece que la actitud de las autoridades empieza a cambiar, o al menos, su retórica. Pero China no es el único país cuyos reguladores están aumentando su asertividad en materia de fusiones y adquisiciones internacionales. La compra de Heinz pasó incluso el escrutinio de las autoridades rusas, que cuestionaron si la operación representaría un riesgo para la seguridad por los procesos microbiológicos que utiliza Heinz para producir alimentos para bebíés. Reguladores La saga Heinz representa un nuevo desafío a nivel global, ya que las compañías necesitan obtener la aprobación de los reguladores hasta de un centenar de países antes de poder cerrar una operación. La actividad de las fusiones y adquisiciones ha caído, a medida que las compañías se han vuelto más conservadoras ante la incertidumbre económica en la que nos encontramos. Para las empresas que quieren crecer mediante adquisiciones o las industrias que encuentran en las fusiones una forma de afrontar la crisis, las autoridades reguladoras y los políticos son un obstáculo. A principios de 2012, Xstrata confirmó sus planes para fusionarse con Glencore, el primer trader de commodities del mundo. Con un valor de 90.000 millones de dólares, fue el mayor acuerdo del sector de la minería. Más de un año despuíés, los asesores seguían intentando conseguir la aprobación de los reguladores. Para los banqueros de inversión y los juristas expertos en fusiones, el acuerdo ha sido una prueba fundamental de la visión que tienen los reguladores sobre estas operaciones, sobre todo en China. La falta de personal en el cuartel general del regulador chino, Mofcom, que cuenta sólo con 15 personas, ayuda a explicar la lentitud a la que se firman los acuerdos. China no es la única preocupación de las empresas. Desde que Brasil cambiara el año pasado su sistema, en el que las autorizaciones se llevan a cabo antes de las fusiones entre empresas, el país tiene potestad para anular una operación. Y parece que su regulador tambiíén tiene escasez de personal. En algunos casos, cuando se lleva a cabo una operación que involucra a una verdadera multinacional, hay que analizar los programas reguladores de más de un centenar de jurisdicciones. Incluso Estados Unidos y Europa, los mayores mercados de adquisiciones, presentan dificultades. Incluso las operaciones que, en principio, no presentan conflicto alguno se enfrentan al escrutinio de los reguladores del mundo. Según Ronan Harty, socio de Davis Polk, "si Coca-Cola comprara una empresa de coches, la operación se aprobaría en cuatro meses".