JON AGIRIANO.-
Como tenemos la casa llena de fantasmas, el alma en vilo y el corazón en un puño, en Bilbao temíamos la visita del Sporting, un equipo de espíritu aventurero, valiente y montaraz, que fuera de su estadio se ha ganado un respeto con cuatro victorias de míérito. El Athletic, sin embargo, no le dio opción y le cortó ayer las alas del mejor modo posible: rápido y con contundencia. Pim, pam, pum. Media hora bastó a los rojiblancos para tumbar a la tropa de Manolo Preciado y disfrutar de una tarde plácida, al estilo de la vivida hace dos semanas ante el Numancia, otro reciíén ascendido que se maneja en Primera con los mismos mimbres que en Segunda. Como ocurrió entonces, un gol de Fernando Llorente en los primeros minutos abrió el cielo al Athletic. Y es que con espacios, el mundo se ve de otra manera, sobre todo ante rivales que flaquean en defensa y a los que es fácil buscarles el talón de Aquiles.
El Athletic supo hacerlo. Su exhibición de pegada fue sobresaliente. Llegó cuatro veces arriba en la primera mitad y sólo desperdició una ocasión, la que tuvo Susaeta. En las otras tres golpeó duro y al hígado; primero de penalti, despuíés en el barullo posterior a un córner y, por último, en una jugada soberbia, un pieza de videoteca que comenzó con un toque de fantasía de Yeste y terminó con una volea perfecta de David López. Era el minuto 31 y San Mamíés se frotaba las manos. Los fantasmas habían salido por la ventana. Todas las preocupaciones se habían desvanecido en un periquete y hasta el tiempo infernal parecía una bendición.
Es cierto que llovía con saña y que hacía un frío del demonio. Ahora bien, con la victoria a buen recaudo estos imponderables tienen otro sentido. Uno no los ve como un engorro que le recuerda el reúma y el peligro objetivo de agarrar una pulmonía, sino como un condimento añadido del espectáculo. Incluso los disfruta porque le ayudan a evocar la íépica de los viejos tiempos en La Catedral, aquellos tiempos añorados de aguaceros, goles, barro y corazones de león. No es extraño que, mediada la segunda parte, cuando la lluvia arreció y los chuzos ya caían de punta, las gradas animaran con la mayor intensidad. San Mamíés estaba en su salsa.
Sin discusión
En su regreso a Bilbao, de donde tantas veces ha salido escaldado, el Sporting nunca pudo discutir la victoria del Athletic. Y eso que salió al campo con la firme voluntad de hacerlo. En la primera jugada del partido, de hecho, los asturianos se fueron al abordaje sin mirar atrás. Hasta cinco jugadores del Sporting se acercaron al área de Iraizoz dispuestos a armarla. El equipo de Preciado es así. Tiene una defensa muy justita, especialmente díébil y vulnerable en las jugadas a balón parado, e intenta compensar ese díéficit jugando en el límite del atrevimiento, con una ambición de equipo grande. La Mareona puede estar orgullosa. Su equipo anda raspado de recursos y es muy probable que acabe sufriendo para mantener la categoría, pero su propuesta resulta envidiable. Ahí es nada: salir a los campos a pecho descubierto, a dar lo mejor de uno mismo, a ganar y a partirse la cara. Igualito que uno que yo me síé, oiga.
El penalti marcado por Llorente en el minuto 4 fue una losa demasiado pesada para el Sporting. Su juego no cambió. Es más, los asturianos siguieron a lo suyo hasta el final, impasible el ademán. Su gran problema es que ese 1-0 transformó y para bien al Athletic, que pudo juntar sus líneas y disfrutar. A ello contribuyó la cobertura rojiblanca, que lleva unas semanas mejorando su caligrafía. Ocio y Amorebieta se van entonando. La mejoría que se vio ante el Numancia y ante el Racing se constató de nuevo ayer. Ni Barral, ni Carmelo ni en la segunda parte Bilic, cuya suplencia sorprendió, inquietaron a la defensa bilbaína. El Sporting, de hecho, apenas sumó una ocasión de gol, la que tuvo Barral al filo del descanso tras un error de Iraizoz. El resto de sus intentos murieron a partir de los tres cuartos de campo.
Así las cosas, con 3-0 al descanso, la esperanza de disfrutar por fin de una goleada reconfortante volvió a prender entre el público. No es la primera vez. Ya sucedió ante Recreativo en la Copa y el Numancia en la Liga. Pero tampoco esta vez fue posible. El marcador no varió en la segunda mitad, aunque Llorente, de nuevo impecable, mereció el gol en un par de ocasiones. El Athletic se dedicó a mantener el tipo ante un Sporting impotente sin que Caparrós tirara de banquillo hasta el minuto 85, algo muy raro en íél y más teniendo el partido en el bolsillo. Y, la verdad, viendo lo ocurrido con los cambios, casi mejor que no se hubieran producido. Del Olmo no se hubiera mojado sin llegar a tocar el balón y el pobre Gurpegui no hubiera quedado KO tras el golpe brutal que se pegó contra Cuíéllar. Fue la nota triste de un partido que deja al Athletic más animado en visperas de que la Liga baje la persiana por Navidad.