La festividad en EEUU hizo que ayer algunos de los principales comentaristas norteamericanos volvieran sus ojos hacia Europa. Fue el caso de David Marsh, presidente de la consultora SCCO International. A su juicio, los temores de Obama a una crisis bancaria mundial y a una recaída en la recesión -que han motivado su 'diplomacia de telíéfono' con los gobernantes europeos- no son nada comparados por los miedos que sufre Alemania.
Por primera vez, los problemas de la periferia de Europa están golpeando en casa al centro de la zona euro. Sus últimos mensajes son claros y muy poco agradables para sus socios: Alemania está tomando gradualmente el control de la economía europea, en una respuesta desesperada a lo que Berlín ve como un fracaso absoluto de otros países por poner su casa en orden.
En las repetidas crisis de divisas en el último medio siglo, los problemas de Europa nunca afectaron a la propia Alemania, porque contaba con la solidez del mercado. Pero esa protección ya no sirve porque la moneda afectada por los problemas de Europa es la suya propia. El Secretario del Tesoro de Nixon en 1971, cuando EEUU abandonó el patrón oro, dijo a los ministros europeos que "puede que sea nuestra moneda, pero es vuestro problema". Ahora, el mensaje de Alemania a la periferia sería "es vuestro problema, pero es nuestra moneda".
Hay tres elementos en el mensaje alemán. Primero, que Alemania está más centrada en sí misma: los últimos discursos de Angela Merkel y medidas como la prohibición de las posiciones cortas dejan claro que Alemania actuará por su cuenta si cree que las circunstancias lo hacen necesario. El segundo es que, al menos a corto plazo, Alemania va a depender más de las exportaciones y menos de un consumo que se va a retraer aún más. Y la caída del euro y las subidas de impuestos van a exacerbar esa tendencia. Que es justamente lo contrario del reequilibrio en el comercio mundial que desea EEUU.
El tercero es que Alemania va a volverse más amenazante todavía hacia sus socios de la zona euro sobre cómo deben ajustar sus economías. Cuando nació el euro en 1999, los líderes alemanes, y en particular el entonces todopoderoso presidente del Bundesbank, Hans Tietmeyer, dieron todo tipo de advertencias a los países perifíéricos de que tenían que cambiar radicalmente su comportamiento.
No habría más devaluaciones, así que estos países con problemas de competitividad no tendrían otra opción más que bajar sus precios mediante recortes masivos del gasto público y subidas del paro. Esas advertencias no se escucharon durante una díécada, pero ahora se han demostrado aterradoramente correctas.
Lo que los alemanes no fueron capaces de prever fue que la tensión en los países perifíéricos iba a trasladar los problemas a la propia Alemania. Alemania no fue capaz de anticipar que las demandas financieras de los países erráticos de la zona euro se iban a basar en los superávit de los países del Norte, cuyos bancos inevitablemente iban a financiar los díéficits de los del Sur. De ahí los 700.000 millones de deuda con los bancos alemanes de Grecia, España, Portugal, Irlanda e Italia.
í‰sa ha sido la razón por la que los alemanes, aunque a regañadientes, han tenido que aprobar el paquete de rescate de 750.000 millones para la moneda única anunciado el 10 de mayo.
La cláusula de "no rescate" del Tratado de Maastricht quedó sin validez, no porque los bancos que tienen esa deuda fueran demasiado grandes para caer, sino porque las deudas generadas por los desequilibrios del euro se habían hecho demasiado grandes como para no rescatarlas. Para asegurarse de que esas deudas no causan enormes problemas a la propia Alemania, Berlín se ha puesto a la cabeza del gobierno económico de Europa.