Por  Santiago Niño Becerra.

Por diversas referencias que me están llegando deduzco que ya es procedente hablar de la inmigración, y no, no es por ‘lo de Vic’, ni por ‘lo de Torrejón’, ¡que va!, eso, los hechos que se produjeron a mediados del pasado mes en ambas localidades pienso que, en términos globales, son hechos puramente anecdóticos.

Veamos. El tema de la inmigración ha sido abordado desde múltiples enfoques: sociológico, cultural, étnico, racial, filosófico, geográfico, ético, político, … , cuando, pienso, el tema de la inmigración es, en el 99,99 período por ciento de las ocasiones, exclusivamente económico. Excepto en el caso de una/un disidente político que huye de una dictadura que le persigue a muerte debido a su labor opositora, las razones de quienes abandonan un país o zona son económicas, sea porque tienen carencias básicas, sea porque desean mejorar su standard de vida; repasen la historia: siempre ha sido así.

El planeta en general, Europa en particular, España en concreto y ciertas zonas del reino en especial, tienen un problema con la inmigración. A lo largo de la Historia y según las épocas, la inmigración ha sido más o menos tolerada, o más o menos admitida, o más o menos justificada (o autojustificada: fue la inmigración la que masacró a los habitantes autóctonos de los actuales USA, o la que exterminó a los de la isla La Española, las actuales Haití y República Dominicana); ¿el motivo?, la necesidad: ‘brazos para trabajar’, porque esa ha sido la razón de ser de la inmigración, de toda la inmigración. (Si tienen un estómago consistente y un día bueno, lean las condiciones en las que inmigrantes irlandeses, fundamentalmente, tuvieron que trabajar para construir los túneles de Manhattan).

Bien, estábamos con que la inmigración ha sido genial para … generar PIB … mientras generación de PIB y ocupación de factor trabajo han estado vinculadas; a medida que para generar el primero cada vez ha sido necesaria menos de la segunda, la inmigración si, pero. La causa, evidentemente, la productividad.

El modelo sobre el que España ha levantado su economía ha estado basado, lo continúa estando, en actividades intensivas o muy intensivas en factor trabajo, máxime en los años comprendidos entre el 2002 y el 2007: construcción de viviendas, obra pública de relativamente baja tecnología, turismo de bajo valor, servicios en los que no se requería cualificación o en los que era necesaria una muy escasa formación, … es decir, actividades de bajo valor añadido lo que suponía que esos gabricados debían tener un coste lo menor posible a fin de que el margen neto fuese lo más abultado que fuese posible; actividades que debían ser finalizadas en el menor tiempo también posible, lo que requería condiciones de trabajo en muchas ocasiones al borde mismo de la ley, o, incluso, más allá de la misma.

La población idónea para realizar esas tareas era la inmigrante, entre otras razones porque no había ningún argumento -ni político, ni económico, ni social- para ‘convencer’ a la población activa española de que realizase esas tareas del modo que tenían que ser realizadas, máxime cuando existía otra población que estaba dispuestas a llevarlas a cabo sin protesta alguna, sin ninguna reivindicación.

A partir de 1996, pero sobre todo a partir del 2000 y hasta ayer (literalmente), se dejó, se permitió, se toleró, que ríos de emigrantes de las más variadas procedencias llegaran a España, pero no como antes en tránsito hacia Francia, sino para quedarse, y, obviamente, se tuvo que ir diseñando sobre la marcha un marco legal conveniente para dar cabida a esa creciente población foránea (reparen en que en ese período hay Gobiernos de diferentes colores); y entonces sucedió el milagro: el PIB comenzó a aumentar. ¿Cómo se operó dicho milagro?, a través de un mecanismo verdaderamente ingenioso, brillante incluso, en algunos aspectos hasta sofisticado.

Álguienes, en algún lugar llegaron a la conclusión de que en estos últimos años de vida del modelo (en 1991 ya era obvio que el modelo estaba agotado, aquí y en todas partes) la única forma de obtener beneficios rápidos y potentes en España era a través de las actividades antes enumeradas, actividades intensivas en mano de obra, una mano de obra ‘especial’ que en España no existía.

Como el papel lo aguanta todo, esos álguienes vieron que la forma de obtener ese monstruoso beneficio esperado pasaba porque la población (la total: la autóctona, la inmigrada y la estacional) adquirieran esos bienes que iban a ser fabricados masivamente, para lo que hacía falta que esa población tuviese pasta, es decir, capacidad de endeudamiento, capacidad de endeudamiento que se les concedió a fin de que pudiesen acceder a los créditos que hiciesen falta. Y bueno, se puso en marcha la máquina de crecer. (Reparen en que la adquisición, en la mayor parte de las ocasiones, debía ser realizada en el reino: no eran bienes exportables, sino para ser consumidos in situ).

Se construyeron más de 800.000 viviendas anuales, se atendieron a casi 60 millones de turistas, de dieron las facilidades necesarias para que la deuda privada ascendiese al 220% del PIB, y el PIB aumentó, ¡vaya si aumentó!, pero lo hizo de una forma muy particular: creando una demanda ficticia a base de unos créditos que eran debidos por una población cuya capacidad de consumo dependía de que la rueda continuase girando y de que siguiesen llegando –desde donde fuese- los fondos precisos para que el eje de giro de la rueda permaneciese convenientemente lubricado. El resto de la historia ya es conocido.

¿La inmigración?. La mayor parte de la inmigración a la que se dejó llegar, a la que se permitió quedar, a la que se toleró establecerse, fue necesaria para que pudiese tener lugar el proceso descrito, más que eso, fue imprescindible: sin ella, nada de nada: nada de crecimiento, o muy poco; pero, y ahí radica el asunto, fue necesaria, imprescindible; pero ya no lo es porque ya no se llevan a cabo la mayoría de las actividades para cuya realización se le dejó llegar, se le permitió quedar, se le toleró establecer. Y esto debe ser abordado así, no de otra manera.

Insisto porque es importante: a la inmigración se le dejó llegar porque era necesaria, se le permitió quedar porque era imprescindible, se le toleró establecer porque era esencial, para contribuir a la generación del PIB que España generó en los años pasados, pero ese PIB ya no se genera porque muchas de las actividades a través de las que se creaba ya no tienen sentido, ni cabida en la realidad actual. En este sentido tanto da que aquellas actividades fuesen lógicas o no lo fuesen: fueron, pero ya no son.

El tema de la inmigración, decíamos, no es ni sociológico, ni cultural, ni étnico, ni racial, ni filosófico, ni geográfico, ni ético, ni político, es exclusivamente económico, pero desde esa perspectiva no se aborda, no se trata, y ¿saben por qué?, pues porque es la más difícil. Es muy fácil escribir un artículo sobre la xenofobia, o pronunciar un discurso sobre temas raciales, pero es tremendamente complicado, tremendamente, responder a la pregunta: ¿qué hacer con tres millones de personas que hoy habitan en España de resultas de unas necesidades de modelo productivo que hoy han desaparecido y que jamás volverán a darse teniendo en cuenta que los recursos disponibles cada vez van a ser menos abundantes?; es decir, ¿qué hacer con una población que ya no es necesaria?.

¿A qué es mucho más difícil abordar esa pregunta que organizar una manifestación por la convivencia interétnica en una ciudad?, es más fácil y muchísimo menos incorrecto en términos políticos, claro. Pero pienso que esa pregunta debe ser planteada, planteada y respondida, así: sin colgajos filosóficos añadidos, incluso por respeto a la propia población inmigrada. Esta pregunta debe ser planteada ya porque, como en tantas otras cosas, el tiempo no está de nuestra parte.

Digámoslo otra vez: el problema de la emigración es meramente económico, los sucesos acaecidos en el municipio gerundense de Salt vuelven a ponerlo de manifiesto: ya no es necesaria tanta población activa, y gran parte de la inmigración a la que en su gran mayoría se-le-dejó-llegar ya no tiene ocupación. La cosa se agrava si el inmigrante tiene empleo y el vecino, lugareño, no.

Y los Gobiernos nacional, regionales y locales mirando hacia otro lado. Hacen mal: ni este es un problema normal ni es de los que se solucionan por si solos: en el Raval, un barrio de la ciudad de Barcelona, la tasa de población no española alcanza el 45%, en Salt llegaba al 43%, y la tasa de desempleo entre la población inmigrante en Cataluña supera el 30%. Insisto, se hace mal ignorando este problema.