Por…  Beatriz De Majo C.

Hay quienes aseguran que el liderazgo chino se inquieta cada vez que asiste a un nuevo evento desestabilizador en los países árabes. Túnez, Egipto y Yemen, además de Marruecos y Argelia, constituyen un recordatorio flagrante de lo que el propio gobierno chino tuvo que experimentar 22 años atrás con los eventos sangrientos de la revuelta de Tiananmen Square.

Cuatro elementos son el eje central de las protestas hoy en estos países: desempleo sostenido, particularmente desempleo juvenil; incremento del costo de la vida, esencialmente la inflación del segmento alimentario del consumo; falta de libertades en estos modelos políticos autoritarios enquistados por larguísimos años en el poder, sin que se avizoren cambios relevantes en el porvenir inmediato y, por último, corrupción rampante en los círculos del poder. Habría que detenerse a esculcar el nivel de coincidencia que hay entre estos malestares sociales que están produciendo importantes cambios en los gobiernos autocráticos de los países árabes y lo que, con características e intensidades diferentes, se viene gestando de un tiempo acá en el vientre del gigante asiático.

China está hoy a la cabeza del mundo en lo que atañe a las cifras de expansión de su economía, atracción de inversiones, preponderancia en el comercio mundial y empuje industrial. Todo ello parecería suficiente para blindarla ante este tipo de conflagraciones populares, pero ocurre que cada uno de los cuatro elementos detonantes de las revueltas populares constituyen el pan de todos los días en la gran nación asiática, sujeta ella, también, a larguísimos años de mandatos autocráticos irrespetuosos de las libertades fundamentales.

No es el propósito de este artículo el sostener la tesis de que una metástasis perniciosa de estas manifestaciones de descontento en el Medio Oriente y Norte de África pudiera ocurrir en China, de la misma manera que no puede asegurarse que se constituirá en un disparador en Cuba, por ejemplo.

Pero lo que no hay que perder de vista es que, en el mundo de hoy, los temas de la lucha por la Libertad, la Democracia, los Derechos Humanos y contra la exclusión social, se van alineando como potentes agentes movilizadores de las nuevas generaciones, las que al adolecer de falta de anclajes en el pasado, preconizan cambios de manera agresiva y abrupta. Esto se une al hecho de que otro gran catalizador de las protestas públicas, lideradas principalmente por los segmentos poblacionales jóvenes, es la pretensión de algunos gobiernos totalitarios de cercenar a sus ciudadanos el acceso a su comunicación vital a través de las nuevas tecnologías. Y en este terreno de los bloqueos a Internet, China es gran pionero. De hecho, mientras ya los particulares acceden de nuevo con libertad a las redes digitales en medio de las turbulencias del país egipcio, todavía hoy desde los servidores chinos no es posible ingresar a sitios Web, blogs o microblogs que contengan menciones a la palabra Egipto.

Todo lo anterior configura un cuadro en el que puede germinar el descontento popular aceleradamente y sin control. Acaba de arrancar un nuevo año, el del conejo, que anuncia longevidad y cambios en el “Reino del Centro”. Sano sería que sus dirigentes lo inicien poniendo sus barbas en remojo.

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