Por Beatriz De Majo C.
A los pocos días de que Rafael Correa despachara a los negociadores chinos airadamente de su país luego de suspender las tratativas bilaterales para una inversión conjunta en una planta hidroeléctrica de Coca Codo Soinclair en suelo ecuatoriano, otro caso de fricción, y esta vez superlativa, ocurre entre un país del subcontinente suramericano y el gigante chino.

Las autoridades sanitarias chinas detectaron que la cantidad de residuos químicos hallados en el aceite de soya argentino que importan es tres veces superior al máximo permitido por las nuevas leyes y ello es suficiente para impedir las ventas a China de un rubro de enorme peso en la economía argentina.

Lo que ocurre es que la medida restrictiva aparece en el panorama en el momento en que el país sureño había impuesto medidas compensatorias a la importación de productos chinos en el sector de calzado y confección.

“Lo que es igual no es trampa”, pareciera ser la máxima aplicada, pero las autoridades chinas lo niegan rotundamente. Para ellos la raíz del asunto está en la instauración de nuevos estándares para la presencia de residuos solventes en la soya de importación que los exportadores argentinos han pasado por alto.

Lo cierto es que las autoridades sanitarias chinas también habían pasado su propia norma por alto, o se habían hecho de la vista gorda al menos, porque, en efecto, la disposición no es nueva. Lo que es nuevo es la activación del cumplimiento estricto de la norma que propende a evitar el ingreso de soya que contenga hasta 100 partes por millón de solventes: la argentina.

Las autoridades argentinas, sin embargo, lo ven de otra manera: el bloqueo de las importaciones de soya argentina son una represalia comercial. No puede ser de otra manera cuando la medida impuesta por el país asiático a este producto representa para la nación suramericana una tajada muy importante de sus exportaciones a Asia. Estamos hablando de 1.400 millones de dólares como valor de la factura de exportación y, además del correspondiente ingreso de divisas, la venta de este rubro dejaría de reportarle al gobierno de los Kirchner una porción significativa de su ingreso.

En síntesis, aunque China trae de Argentina 40% de sus importaciones de soya -lo que parece ser cuchillo para su propia garganta si ellas se suspenden unilateralmente- el bloqueo radical de todas las importaciones de un producto de tal significación se constituye en un elemento de presión que coloca a los argentinos en una posición debilitada como negociador para cualquier conversación que se emprenda para dirimir el impasse.

¿Son tan importantes los zapatos chinos que se exportan a Argentina para provocar un desencuentro de esta magnitud? Posiblemente no en cuantía, pero se trata de una cuestión de principio. Si el resto de los países importadores de mercaderías chinas entran en la tónica de imponer derechos compensatorios al “dumping” chino, las dificultades que el gigante tendrá que enfrentar en los organismos internacionales de comercio, no van a ser pocas.

Suerte en sus inversiones…