Por… Arturo Guerrero

En El jardín de senderos que se bifurcan, Borges pone en palabras de un personaje la siguiente filosofía: “todas las cosas le suceden a uno precisamente, precisamente ahora. Siglos de siglos y solo en el presente ocurren los hechos; innumerables hombres en el aire, en la tierra y el mar, y todo lo que realmente pasa me pasa a mí”.

Se trata de la conjunción del tiempo y del espacio, en función de cada ser humano. Todos los días todo es nuevo, planteaban los sabios antiguos en expresión similar. Nada es repetición, nada es inútil, nada sobra en la contabilidad enigmática de las cosas.

Los chamanes amazónicos aseguran poseer cada uno un secreto del universo. Si alguno muere sin haber transmitido su legado a un discípulo, su secreto desaparece de la Tierra. Y la humanidad deberá pasar siglos para redescubrir el servicio de una planta, el idioma de un jaguar, el silbo de un viento.

Al lado de los taitas y payés, todo hombre y mujer son custodios de un acento de la vida. Los siglos de siglos, los aires, tierras y mares sin número, los infinitos nombres, son nada al lado del único momento de hoy en que el instantáneo ser de esta tierra se alegra o sufre a causa del particular suceso preparado solo para él.

Cada ciudadano que desprecia su cuota de cosmos en su personal segundo y minuto, retrasa la llegada de la historia a este mundo aterrorizado por tanta prehistoria. No hay que ser famoso ni rico ni tener poder o placeres, para cumplir con el íntimo secreto que quizás desencadenará el futuro colectivo.

A nadie se le pide ser el primero ni el mejor, con tal de que ejercite con sencillez su genuino modo de habitar el planeta. Quienes buscan uniformar la marcha y exigen el éxito y la velocidad, no hacen sino abortar en las mayorías la simple labor individual de existir en fidelidad al ahora, cuando ocurren los hechos.

Los contradictorios acontecimientos del curso humano encuentran su explicación satisfactoria solo cuando le hablan en silencio al más perdido de los habitantes. Si éste comprendiera su propia inconmensurable importancia, justificaría en un parpadeo los esfuerzos de los siglos y asumiría con altanería un destino del cual se sabe rey.

Suerte en sus inversiones…