No me negarán que la situación actual de Grecia no tiene pérdida. No podemos negar que cada país tiene derecho a decidir soberanamente su destino. Pero cuando ese país ha demostrado que es incapaz de seguir adelante valiéndose de sus propias fuerzas y cuando ese país pide ayuda al exterior para escapar del apuro, no me negaran que queda automáticamente mediatizado por las condiciones que le van a exigir quienes prestan esa ayuda. Se acuerdan de la portada de nuestro compañero Ocin antes de ayer “Una limosna interesada”, pues eso, que los griegos deberán cumplir una serie de exigencias que les van a imponer. Podemos afirmar que no es una situación agradable la que están padeciendo, pero es justa e inexorable. Y ya que está de moda lo de ser exquisitos con la democracia, pues vamos a serlo, ¿por qué no preguntar también a los ciudadanos de los países que van a aportar la ayuda si están dispuestos a concederla? En estos tiempos, la solidaridad no cotiza al alza y no debemos olvidar que todos los dineros que vayan a Grecia son dineros que no se van a invertir en sus países de origen. Los griegos tienen muchos motivos de queja, pero creo que no deberían olvidar que la diana de sus iras no está en Bruselas, ni en Berlín ni en París. Está bien cerca de ellos, en la Plaza Sintagma de Atenas. Además, no creo que tengan alternativa. Resistirse al ajuste les lleva directamente a la quiebra y a la salida del euro. A partir de ahí… el abismo. Grecia se alivia de sus responsabilidades pero ¿quién le apoyará en el futuro?

Una salida del euro y una vuelta al dracma solo es posible tras una severa devaluación de la antigua moneda y, si el proceso dura tres meses de negociaciones, referéndums y decisiones, el país se quedará antes sin dinero. La devaluación exige un “corralito”, no creen, previo que impida la salida masiva de euros al extranjero, donde estarían a salvo de la devaluación. Pero hasta que tal cosa no se decrete, no habrá un solo griego con dinero que lo deje en su país.

Cada día que pasa la situación empeora, el agujero se agranda y la solución se complica. Papandreu, creo yo, ha tomado la decisión errónea y además ha elegido el camino equivocado. Está a punto de arrastrar al país al abismo de sus propias miserias. Atenas debería entender que no está rodeada de enemigos que desean arrasarla, sino de amigos prestos a ayudarla, No verlo así es, desde mi punto de vista una terrible ceguera, claro que quizá, todos los griegos emigren a España para ser vendedores del cupón de la ONCE.

Si les interesa la situación, podemos debatirla en nuestros foros de bolsa.

 

Salud y suerte en las inversiones, las vamos a necesitar.