Por Alejandro Ramírez
Apenas han pasado dos meses, pero a la velocidad que se suceden los acontecimientos, parece que ha pasado más de un año. Hablo de la reunión de los países del G-20 del 15 de noviembre, aquella por la que el presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero, estuvo a punto de vender su alma al diablo por una silla en el encuentro. Toda la expectación que levantó la reunión de jefes de Estado y de Gobierno de los principales países para poner en marcha medidas anticrisis ha quedado difuminada. De los compromisos adoptados y de las buenas intenciones mostradas durante la reunión, poco más se supo.
Por eso, con buen criterio, el director ejecutivo del Fondo Monetario Internacional (FMI), Domenique Strauss-Kahn, no ha dudado en dar un toque de atención a los integrantes del G-20 y ha expresado su decepción por cómo se están aplicando en la práctica los acuerdos de Washington. En resumen, que esas buenas intenciones no se han concretado en hechos. Porque, en opinión del director ejecutivo del FMI, los planes presentados recientemente por los gobiernos son insuficientes para reactivar la economía.
Parece que la inquietud y las prisas que tenían los gobernantes por salir de esta grave situación han quedado frenadas, como si se hubiese producido una bajada de tensión y se asume ya que hay poco más que hacer ante la crisis.
En cualquier caso, ¿servirán estas críticas de Domenique Strauss-Kahn para que reaccionen los miembros del G-20?