Por… Beatriz De Majo C.
Pretender que una estrepitosa caída de la economía norteamericana -un hecho que muchos consideran que podría estar en puertas si el gobierno no consigue resolver sus problemas presupuestarios- podría beneficiar a China hasta el punto de catapultarla, de buenas a primera, a ocupar el sitial primero dentro de la economía mundial, es una creencia aventurada.
Quienes se frotan las manos pensando que le está llegando la hora al gigante gringo de darle paso a una nación emergente como primera economía mundial ignoran cómo actúan los vasos comunicantes que dominan la escena económica planetaria y, peor aún, dejan de lado las enormes debilidades intrínsecas que esconde la pujanza y el dinamismo que caracterizan a la economía del coloso asiático.
Los Estados Unidos han estado financiando sus déficits presupuestarios con endeudamientos que ascienden a 4.000 millones de dólares diarios, una buena tajada de los cuales proviene de China.
Ello genera una doble vulnerabilidad. La de Washington, que se inquieta por su dependencia creciente de una significativa fuente de recursos, pero a la vez la de Beijing, que se encontraría en dificultades mayores que las de cualquier otro si la bien aceitada maquinaria occidental se viniera al suelo como pareciera estar a punto de ocurrir.
Mucho se ha escrito acerca de que los montos declarados por China como acreedor norteamericano, los que oficialmente se ubicarían, a esta hora sobre 1,15 trillones de dólares, pudieran ser considerablemente más altos por la forma clandestina en que los asiáticos han burlado las reglas de las subastas y controles puestos en marcha por los entes reguladores del sistema financiero americano.
Aun tomando esos 1,15 trillones como buenos, los bonos soberanos americanos representarían un tercio de los activos chinos en moneda extranjera. Si a ello se sumaran los montos en euros de deuda europea igualmente detentados por China a esta hora, los que, por su lado, representarían un 25% adicional de sus reservas, tendríamos que cerca de dos tercios de las reservas en moneda extranjera del coloso asiático estarían colocados en papeles con riesgo de pago considerable.
Así pues, para regresar al tema de que China pudiera estar adelantando su paso hacia convertirse en la primera economía mundial, cabría preguntarse si con tales pies de barro en la escena financiera, el mundo saludaría con beneplácito que tan frágil país se convierta en el líder económico planetario.
Allí se plantea la cuestión de si es más relevante ser el más grande o ser el más influyente.
Estados Unidos, a pesar de su enorme capacidad desestabilizadora en la coyuntura actual, sigue contando con la confianza de los inversionistas por la solidez de su estructura económica, y su PIB es, por lo menos, 3 a 4 veces superior al de China.
Con el país asiático canta otro gallo. Es cierto que si nada interviene en el camino, China conseguirá convertirse entre el año 2030 y 2050 en la economía más grande del orbe.
¿Es ello síntoma de estabilidad. Es ello garantía de bonanza colectiva en el interior de sus fronteras. Es ello un producto de una bien aceitada productividad?
Dejo la inquietud, válida por cierto, a los lectores.
Suerte en sus inversiones…