Ahora que ya nadie puede negar que estemos inmersos en una gran crisis se intensifica la necesidad del cambio de modelo. La construcción y el consumo nos han mantenido a flote durante una década pero no podemos negar que han creado un monstruo en forma de endeudamiento masivo que ha terminado por socavar los cimientos del sistema financiero y por arruinar la demanda.

Ahora no toca, y no podemos consumir, y tenemos que volver a la olvidada costumbre de ahorrar, y no se si ustedes se han dado cuenta pero en esta nueva situación la palabra clave, la palabra mágica por antonomasia es “sostenible”. Todo debe ser sostenible, los negocios, el crecimiento, el consumo de energía, las ciudades, la vivienda, el transporte y otro montón de cosas que se les puedan ocurrir.

A decir verdad, el cambio hacia un modelo cuyos cimientos sean la innovación, la exportación y la sostenibilidad carece de oposición, pero se plantea como un instrumento sin concreción. No es algo que se pueda inducir por slogans lanzados desde el púlpito del Congreso. Este tipo de cambio necesita de una auténtica regeneración social, exigiendo además movimientos de sensibilización que lleguen a todas las capas sociales, requiere de un tipo de empresarios dispuestos a aceptar el reto y por supuesto de unos sindicatos preparados para acomodarse al nuevo orden.

Y es que la preocupación por la sostenibilidad de nuestra economía, la preocupación por la sostenibilidad de nuestro sistema de vida es aparte de oportuna, necesaria y conveniente. Pero creo que sería necesario ajustar una serie de factores y fijar las prioridades con cierta precisión. Este tipo de carencias se pone de manifiesto cuando por ejemplo hablamos de energía y, en concreto cuando nos referimos a la energía nuclear. Es una cuestión tan importante y conlleva tales consecuencias que creo yo que no podemos dejarla sólo en manos de los políticos, creo que es necesario un debate público, sin demagogias, enfriando las pasiones y escuchando con mucho interés a los expertos.

La energía nuclear despierta temores a causa de su enorme potencial destructivo y a los irresueltos problemas de localización de sus residuos. Pero tiene también ventajas indudablemente. Las centrales construidas y controladas con sistemas occidentales avanzados no han causado hasta ahora ningún daño, ayudan a la sostenibilidad gracias a sus bajas emisiones de CO2, y favorecen a la economía, por efecto de sus bajos costes.

Los defensores y los detractores están entremezclados en medio de siglas políticas y organizaciones sociales, si unos dice que es bueno, los otros lo niegan rotundamente, y en la mitad nosotros, los “currelas” a los que nos enchufan cualquier tipo de información, siempre exagerada, para luego admitir que “no ha sido para tanto”. Creo yo que sería aconsejable y necesario utilizar informaciones científicas contrastadas y debatir el asunto con publicidad y calma total para poder tomar decisiones con el mayor apoyo o consenso posible.

Nos jugamos tanto que no podemos obviarlo.


Salud y suerte en las inversiones, las vamos a necesitar.