Por… Óscar Henández M.

Esta cifra de quinientos mil pesos es algo así como un salario mínimo colombiano, mínimo de verdad, y corresponde no a lo que gana un trabajador nuestro sino a lo que cobran en guarderías especializadas para cuidar un perro. Yo no me opongo a que lleven perros a las guarderías, en realidad yo no me opongo a nada en este circo globalizado, simplemente cuento cosas, pero es interesante señalar las prácticas de servicios para compararlas con otras “atenciones” a los seres humanos.

Por ejemplo si usted llega a una de esas empresas de salud, con un dolor intenso en cualquier parte de su cuerpo, le dan diclofenaco y no le hacen un examen a fondo, mientras al perro le cortan las uñas, le quitan alguna pulga si es que la tiene y le lavan los dientes. Eso está muy bien porque a los animales hay que cuidarlos, pero que cuiden también a un animal llamado hombre que es maltratado en todas partes.

Después de conocer estos datos piensa uno en aquel poema del maestro Guillermo Valencia: mísero can, hermano de los parias… ¡Qué va de mísero can! Si con quinientos mil mensuales lo reciben a uno con lavada de ropa y todo en una buena casa de familia. Lo que yo quisiera averiguar con algún científico de avanzada es cuáles son las posibilidades para que me conviertan, en un quirófano, en un Pastor Alemán…

PAUSA. “Estábamos mejor cuando estábamos peor”.

ANTES . Algunos de ustedes, seguramente muchos, recuerdan cómo era aquello del amor en tiempos pasados, y no muy lejanos por cierto porque hay costumbres, hermosas costumbres, que resisten el paso del tiempo, el paso del regaetón y hasta del impracticable paso del rap. Hablo ahora del amor, ese que comenzaba en una mirada ansiosa, medio pícara, medio insinuante, medio todo. Y que terminaba en una ventana de la casa, con dos barrotes agarrados como si fueran la tabla de un náufrago.

Días después aparecía el ramo de flores, un soneto y si alcanzaba el presupuesto, una serenata que declaraba nuestro amor a través de unas guitarras y un tiple. Esos eran tiempos, idos pero bellos y cargados de un amor que podríamos decir casi verdadero porque para quitarle el casi hay que llegar a grandes y maravillosos extremos. Y vuelve uno a la frase aquella de “todo tiempo pasado fue mejor”… Y, ¡cómo no ha de ser mejor una guitarra a la una de la mañana que un pucho de marihuana compartido a las nueve de la noche!

En fin, que lo de ahora es bien distinto. Sin mucho apuro ni muchos cuidados ni mentiras y con argumentos tan ordinarios como un perro caliente o una Coca-Cola helada, se puede llegar a las delicias de un amor que dura lo que dura la gasolina de un carro para ir hasta una finca y regresar con un guayabo horrible y unas ganas imparables de desaparecer. El amor de hoy se despide y se acaba con una sola palabra importada: Chao…

Suerte en sus inversiones…