Resulta que al gobierno se le ocurre la idea de reducir los límites de velocidad en nuestras autopistas y autovías, una tendencia contraria a lo que ocurre en otros países europeos, como Polonia donde acaban de aumentarlos, o en países como Holanda, Francia o Alemania, donde esos límites son superiores desde hace años. Desde luego, llama la atención que muchas personas se hayan puesto a hablar de esta cuestión en un país que tiene el 20% de la población desempleada. No voy a incorporar una nueva discusión en este asunto. No dudo que el ahorro se produzca, pero hay otras muchas medidas que suponen ahorros enormemente más importantes que no se analizan.

Hace algún tiempo se me pasó por la cabeza que había elementos que justificaban una baja productividad en nuestra economía y que ningún analista tenía en consideración. Ahora veo estos elementos no sólo desde la óptica de la productividad sino también desde el ahorro energético.

Observando la cultura inglesa, me percaté de algunas diferencias de comportamiento. Concretamente, hay una costumbre llamativa: la alimenticia, sobre todo en lo referente a la realización de una comida al mediodía (almuerzo) contundente.

Comenté esta observación a algunos colegas de profesión, y todos ellos se mostraron escépticos: ¿cómo que nuestra costumbre de almorzar copiosamente reduce nuestra productividad? ¿Cómo que realizar un desayuno suave no nos aporta energía suficiente para mejorar nuestro rendimiento nada más comenzar nuestra jornada? Parece mentira que algunas personas se hagan estas preguntas, pero si lo pensamos detenidamente no podemos echarles la culpa del todo; al fin y al cabo ningún gobierno ni institución ha analizado seriamente este asunto que tanta relevancia tiene para nuestro tejido productivo y nuestra competitividad económica.

Muchas veces el análisis económico de determinados comportamientos no tienen que ver con sesudos análisis cuantitativos, o con modelos econométricos tan complejos que sólo los entiendan los economistas que los diseñaron, sino con simples observaciones de hechos aparentemente no relevantes, como es éste.

Ahora bien, no sabemos qué fue primero, si la gallina o el huevo. No sabemos si la gente realiza un almuerzo copioso porque dispone de mucho tiempo al mediodía como consecuencia de disponer una jornada laboral partida en dos, o si la jornada se prefiere partida por seguir una costumbre española de realizar tal tipo de comida. Pienso más bien que es lo primero.

Hay que pensar que una buena parte de los trabajos actuales con jornadas partidas se pueden realizar en jornadas continuas sin merma de la calidad a los clientes. Es más, pienso que las jornadas de la tarde, después del típico almuerzo español, son muy poco productivas. Debemos analizar este asunto e intentar relacionarlo con la baja productividad española. Se trata de un análisis de gran complejidad cuya obtención de datos se me escapa por completo. Lo dejo para los centros de análisis económicos.

En relación a la propuesta de realizar una jornada continua en nuestros puestos de trabajo, es posible que produzca un aumento de la productividad general, pero además se consigue un ahorro importante de energía: se eliminan algunas horas de iluminación al acortar al principio o al final de la jornada un tiempo que se traslada al tiempo ocupado ahora con el almuerzo. Se ahorra en desplazamientos de ida y de vuelta.

No tengo los datos del porcentaje de personas que se desplazan a sus casas para almorzar, pero creo que nos sorprendería lo significativo de la cifra. Hay que pensar que en poblaciones pequeñas, pueblos o ciudades medianas, una buena parte de las personas tienen el tiempo suficiente para hacer ese desplazamiento. No así una buena parte de personas que viven en grandes ciudades. Sin tener los datos exactos, creo que la mayoría de las personas se desplazan.

No tengo acceso a los datos necesarios y el cálculo es de una complejidad importante. Me encantaría ver el artículo hablando de este tema. Nos podemos llevar una sorpresa estupenda en términos de ahorro de combustible, aunque me temo que los resultados medidos en términos de aumento de la productividad son extremadamente complejos de obtener y que posiblemente tengamos que esperar a los resultados reales después de aplicar una medida como ésta.

Algunos argumentarán que de esa manera desaparecerán cientos de pequeños restaurantes y cafeterías que pululan en los polígonos industriales o en áreas de oficinas. Y tienen razón. Pero si tenemos en cuenta que precisamente nos referimos a actividades de baja productividad, la reducción del peso de las mismas dentro de nuestro PIB también ayuda a que nuestra productividad se incremente sólo por esta cuestión. La adaptación hacia un modelo de jornada continua no se produce de la noche a la mañana. Tardará tiempo. El necesario para que el sector hostelero especializado se adapta a las nuevas circunstancias. En países de nuestro entorno, la jornada continua es mayoritaria y su productividad es muy superior. ¿No debemos al menos estudiar los motivos?

Que conste que no he hablado de contaminación atmosférica, ni de reducción de los niveles de estrés, de conciliación familiar o de incremento de motivación, ni de ningún otro aspecto positivo que genera una medida de este tipo, y que conlleva nuevos incrementos de productividad.

¿Al final va a resultar que la falta de productividad de nuestra economía viene derivada de la costumbre de realizar un almuerzo copioso?