Por…  Álvaro Uribe Vélez

Imposible encontrar en el mundo un país próspero carente de una gran inversión privada, que ha sido cimiento de las democracias del bienestar. Al contrario, ningún modelo comunista o socialista ha salido adelante. Las crisis del capitalismo han sido causadas por sus manejos, no por la iniciativa de los particulares.

Progresos de la humanidad como los de la China anterior a Mao y la posterior, aquellos de la revolución industrial, los del liderazgo norteamericano, el milagro japonés y asiático, la fortaleza alemana, los avances en India, entre otros, han reposado en la creatividad de la iniciativa privada.

Aún sin el veredicto de la historia, la falta de calidad de vida, por ausencia de empresa privada, se erige como causa eficiente de la caída del Imperio Soviético, de la destrucción del Muro de Berlín, de la apertura de China, y todo porque sus ciudadanos percibían el retraso al compararse con los países libres, donde florecía el emprendimiento ciudadano.

Los alemanes del este renegaban por su mala situación al mirar a Occidente a través de las rendijas de la muralla. Deng Xiao Ping salvó al estado totalitario quitándole un pedazo grande para permitir la empresa privada.

Naciones avanzadas en seguridad social, que suelen citarse como ejemplos de bienestar colectivo, han contado con una vigorosa empresa privada, incluso, su alta tributación, además de elementos culturales y políticos, se ha facilitado por la fortaleza de las empresas.

Anatole Kaletsky, en su libro Capitalismo. 4, al recorrer las crisis del capitalismo, nos permite concluir que los problemas nunca se han originado en la esencia de la iniciativa privada, sino en regulaciones defectuosas o en su ausencia, en guerras, en excesos de endeudamiento, desequilibrios de oferta y demanda, o en la distorsión de la especulación como sustituta de la producción. Y todas las soluciones han terminado apelando a la empresa privada: la teoría de Keynes, al impulsar la demanda para superar la crisis del 30, trajo renovado vigor a la empresa privada; la apertura del comercio, para enfrentar la inflación derivada del proteccionismo, dió impulso a la competitividad de los particulares; y, sin duda, la superación de la crisis de especulación financiera de 2008 terminará como motivadora de la creatividad productiva.

El discurso latinoamericano ha sido temeroso para posicionar la inversión privada como una política pública prioritaria. Y hemos de saber que es el único camino de solución de los problemas sociales.

Sin inversión privada fuerte, las políticas sociales son insostenibles como puede ocurrir en Venezuela. Por eso preocupa que en nuestro medio la tendencia fiscalista, que se proclama economía ortodoxa, terminará afectando la tasa de inversión que apenas ha comenzado. Lo que necesitamos es persistir en la promoción de la inversión y hacer del emprendimiento una libertad incluyente: al alcance de todos.

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