Por…   BEATRIZ DE MAJO


Resulta incongruente para los observadores occidentales que las disputas geográficas entre China y Japón por un grupito de islas deshabitadas ocupadas por Japón en los mares de Asia estén causando tantas turbulencias.

Las manifestaciones en una docena de ciudades chinas hace un par de semanas fueron muy contundentes en cuanto a exteriorizar el más cáustico rechazo chino hacia los ciudadanos japoneses. Los japoneses respondieron a la batalla verbal que se originó, con el retiro de su Embajador en Beijing.

La historia muestra que Japón se apropió de las islas Senkaku al inicio de sus peripecias nacionalistas en 1895 por considerar que ellas no estaban bajo la influencia de ningún Estado. China argumenta que las islas por ellos denominadas Diaoyus, aparecen en sus mapas desde tiempos tan lejanos como el siglo XVI.

Así pues, la causa eficiente de los altercados existe, pero ella es la expresión de un fenómeno de mayor trascendencia que la soberanía sobre los islotes. En el trasfondo lo que hay es la expresión de un odio visceral inoculado en la ciudadanía china en contra de los nacionales del Sol Naciente y, a la vez, la respuesta no menos intensa que tal animadversión provoca hoy en los japoneses.

La desconfianza mutua tiene raíces históricas que cualquier chispa vuelve a aflorar y ella está fuertemente incrustada en el alma nacionalista china, una de las aristas de su personalidad con mayor arraigo porque ella forma parte de su bien estructurada cultura y tradición.

La animadversión hacia Japón está labrada en piedra por los ancestros y alimentada por los gobernantes.

Los museos y los textos de educación escolar china están repletos de las remembranzas de la guerra Sino-Japanesa de 1894 y de las atrocidades cometidas por Japón durante la invasión japonesa y la masacre de Nanking en 1937.

Del lado japonés, el sentimiento es que las ambiciones territoriales chinas van a terminar alterando el delicadísimo equilibrio de poder que tanto les cuesta a todos mantener en los mares asiáticos con un altísimo componente militar a cuidar. Una reciente encuesta realizada en Japón muestra que más del 70% de sus nacionales no tiene sentimientos amistosos de cara a China.

Por todo ello, los incidentes recientes por este grupo de islas no son asuntos deleznables. Contener las expresiones de un nacionalismo desbocado en China que tiene como objetivo a Japón no es una tarea a la que el Partido Comunista se dedicaría con pasión en la hora actual.

Muy por el contrario, por cuanto la base de la fortaleza del liderazgo actual tiene su asidero precisamente en que su legitimidad viene otorgada por sus credenciales nacionalistas.

La confrontación emocional entre ambos países se está tornando difícil de manejar y el elemento que le otorga mayor peligrosidad a la desavenencia es la presencia de un tercero en discordia con el cual tampoco los chinos se avienen bien: los Estados Unidos quienes, además, tienen su mano metida en los mares asiáticos hasta más arriba del codo.

Suerte en sus inversiones…