Por…  Beatriz de Majo C.

Los chinos son conocidos como los reyes de las copias fraudulentas. Es usual que en tiendas de marca como Luis Viutton, en París, se inquieten por la presencia de grupos de chinos que adquieren en efectivo costosas piezas, porque poco tiempo después ellas se encuentran milimétricamente copiadas y vendidas en los mercados piratas del planeta a precios sensiblemente más bajos que las originales. Esta cultura del “pirateo” de las grandes marcas es motivo del rechazo de sus socios comerciales en foros internacionales y de severos reclamos por parte de los países miembros de la OMC, quienes no solo señalan a China de prácticas comerciales desleales, sino de fraude, puro y simple.

Una nueva forma de robo de la propiedad intelectual ajena ha estado tomando cuerpo más recientemente y es la del espionaje industrial, una variante del fraude que los chinos parecen manejar profesionalmente, tanto como en su mejor momento lo hacía la KGB rusa y bajo la férula estatal.

La profesión de espía hasta tiene un nombre en la jerga china: “peces de aguas profundas” llaman a los agentes secretos públicos y privados dedicados la obtención subrepticia de informaciones de carácter económico o industrial. El tema se ha vuelto protuberante. Algunos medios franceses aseguran que la automotriz Renault habría sido víctima de estas odiosas y peligrosas prácticas. Al parecer individuos infiltrados en la firma industrial francesa habrían logrado comprar datos útiles a la competencia china para lo cual se le habría puesto precio a la conciencia de ejecutivos de la alta gerencia corporativa. El seguimiento de sus cuentas en Suiza habría sido la pista para comprobar cómo operan estos tiburones.

Igualmente, hace un año, una empresa del sector aeroespacial y defensa establecida en California hizo condenar a prisión por 15 años a uno de sus ingenieros americanos de origen chino por el delito de espionaje económico. Y el FBI también detuvo en el verano pasado a un trabajador de una filial de Dow Chemical por haber transmitido secretos comerciales a sus socios chinos sobre el mercadeo de insecticidas.

Esta forma torcida de operar que reviste la forma de captación de agentes para trabajar a favor de empresas chinas tiene un origen histórico y una justificación doctrinaria. Ella data de la época de Den Xiaoping, cuando el Politburó le dio al Ministerio de la Seguridad Estatal la misión de crear una escuela de espionaje económico para captar informaciones sensibles para fortalecer el legítimo proyecto del despegue de la economía china. Quedan aun resabios de esa política, pero la justificación ahora es otra y tiene que ver con la necesidad de que China se ponga a la altura tecnológica del mundo, particularmente en el sector de armamento y en el de los medios cibernéticos. Los dispositivos de espionaje reposan sobre toda una constelación de entes de “investigación o de cooperación” internacional.

Hacerse soterradamente dueño de lo ajeno por vías no ortodoxas fue replicado por los privados después que el gobierno lo puso en boga y lo validó como técnica de competencia. Todo ello sin resquemor moral alguno, pues se trata apenas de ir a buscar la innovación donde ya ella ha sido generada y probada.

Si antes había que temer la industria de la piratería, el reto de enfrentar el espionaje es mucho más complejo. China no hace de esto un misterio, para ellos, es una necesidad.

 

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