Por…  María Clara Ospina

La primera década del siglo XXI comenzó con grandes despliegues de alegría, celebraciones y fuegos artificiales. Muchos pensamos que en ese nuevo amanecer despedíamos, quizá para siempre, a atroces holocaustos humanos como los que tiñeron de sangre el siglo anterior.

La humanidad, con seguridad, había aprendido algo de las dos arrasadoras guerras mundiales y de la ruina, las hambrunas y la muerte, causadas por déspotas monstruosos como Hitler, Stalin, Mao y Pol Pot. Literalmente, millones de vidas habían sido sacrificadas inútilmente en el siglo XX; esto no sucedería otra vez. Holocaustos fratricidas como los ocurridos en el África, o en la antigua Yugoslavia, no se repetirían.

El futuro sería diferente en un mundo visto como una aldea global, supervisado por cortes internacionales, respetuosas de los Derechos Humanos.

En la era de las comunicaciones, cuando todos tenemos acceso a la información, nadie apoyaría a “mesías” oferentes de “la redención” a cambio de la destrucción de una raza, un pueblo, o una idea. ¡No! esto no sucedería en el siglo XXI, la humanidad había aprendido su lección.

¡Qué poco tiempo duró esa ilusión! El 11 de septiembre del 2001 el mundo comprendió que la paz era solo un sueño. Hoy, al final de la primera década del nuevo siglo, sabemos que las fuerzas siniestras de los gobiernos totalitarios, como el de Corea del Norte, o de grupos cegados por la idea irracional de un profeta vengador, como Al Qaeda y sus aliados, no nos permitirán vivir en paz. Siempre habrá quién siga a líderes desquiciados que enamoran con su retórica, aunque esta sea soez y mentirosa, como es la de Chávez, en Venezuela, o de Robert Mugabe, en Zimbabue.

¡Dios mío, que década! En ella el terrorismo afiló sus garras. Para contrarrestarlo los gobiernos han regresado a horrendas prácticas, como la tortura, y los ciudadanos comunes hemos, en estos años, perdido muchos de los derechos que habíamos adquirido, como el secreto bancario, el derecho a no ser detenidos, o requisados sin justa causa. La esclavitud y el tráfico de personas aumentó.

En pleno siglo XXI hay aproximadamente 13 millones de esclavos. Igualmente aumentaron los desplazados; solo en Colombia son cerca de 4 millones.

El hambre ronda todos los países; aun en Estados Unidos, Francia, Inglaterra y Japón, países considerados ricos, hay miseria y no es difícil encontrar gentes durmiendo debajo de los puentes, esculcando las basuras para alimentarse con sobrados. Las economías de consumo están en crisis y sus finanzas, al igual que las de los países del “tercer mundo”, se mecen al borde del abismo.

No, el futuro no pinta bien. No vale la pena lanzar cohetes de luces para celebrar la nueva década. Más bien, exijamos a nuestros gobiernos cambios fundamentales.

Comencemos por demandar que se llegue a acuerdos para salvar al Planeta de una hecatombe ambiental, algo que hoy está más lejos de lograrse que hace 10 años.

Yo creo que esta debe ser la década de la desobediencia civil contra gobiernos autoritarios, sordos, ciegos y corruptos.

Suerte en su vida y en sus inversiones…