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La semana pasada recibí una curiosa llamada de mi hermana. Había visto La Red Social, y tal fue el efecto que le causó el verla, que decidió que quería ser emprendedora. Es médica, y a ella no le gustan los cambios propuestos para el sistema sanitario. Ve a Obama como un charlatán que le ha vendido falsa promesas; Mark Zuckerberg es su nuevo profeta de “Yes, we can!”

La noticia me descolocó, porque cuando éramos más jóvenes, yo era el soñador y ella la chica mala sin ganas de arriesgarse. Recuerdo que cuando se enteró de que yo había superado la prueba de acceso a un prestigioso instituto de Nueva York, se burló de mí, prometiéndome que nunca iría a este club de pringados.

No obstante, mi madre siempre tuvo claro que no fuimos a los EEUU para fracasar. Mi hermana encontró su camino, estudió muy duro y ahora es anestesióloga. Durante mis cinco años como emprendedor, ella ganaba en 2 meses lo que yo gané en todo el año, algo que me daba mucha vergüenza. ¿Qué más le hacía falta?

“Padre, perdónala porque no sabe lo que hace,” pensé.

Debería haberle apoyado incondicionalmente, pero no pude. Todavía no he descifrado mi propia experiencia como emprendedor. Mi segunda empresa, un buscador de pisos, va bien. A pesar de la Crisis, seguimos creciendo en tráfico y facturación.

Pero mi primera empresa era una agencia inmobiliaria en la que invertí todos mis ahorros (y algo de dinero de mis amigos, mi familia y la familia de mi entonces pareja). Ya puedes imaginar cómo acabó aquella historia. Si no es suficiente dejarlo con tu pareja, aniquilar tus sueños y perder los ahorros y el dinero de tus familiares, el sistema español obliga al emprendedor fracasado a pagar un coste psíquico y económicoenorme sin fecha de caducidad. Aparte del estigma de fracaso, tienes casi garantizado que los bancos y la administración pública te perseguirán a nivel personal para el resto de tu vida, da igual si no has ofrecido un aval o si no ha habido mala gestión. Ellos tienen el lujo de no pagar sus deudas a las PYMEs o de recibir avales del Estado por 100.000 millones. A la vez, el empleado tiene un finiquito, el paro y a mucha gente (jueces, sindicatos, funcionarios, etc.) simpática a su causa y dispuesta a luchar contra el emprendedor, da igual si el empleado ha sido poco productivo o no. Pero el emprendedor tiene que vivir de la bondad de sus familiares y solo puede contar con la ayuda de abogados y gestores especializados en rellenar papeles más que en ofrecer soluciones definitivas. En otras palabras, el emprendedor español está jodido.

Jesús Encinar lo explica muy bien en un post, Penalizar el Patrimonio Personal ante Fracasos Empresariales Nos Hace a Todos Más Pobres:

Me sorprende el ímpetu con que se pide el linchamiento de aquellos que estaban a la cabeza de algo cuando llegó el fracaso. Leyendo los comentarios a esas noticias se me ponen los pelos de punta. . . . Que un negocio cierre es muy distinto a que haya existido fraude. Mientras no nos demos cuenta de eso tendremos una baja actividad de emprendedores y un alto nivel de paro.

En el mejor de casos, el emprendedor tiene que tener la fe de San Pablo, ya que es el primer gran evangelista de su empresa, lo que requiere que tenga:

· una confianza casi mesiánica en sí mismo, ya que está intentando cambiar el mundo (o al menos un sector) sin recursos;

· el deber de hacer proselitismo a su pareja, su familia, sus empleados e inversores potenciales; y

· la pasión para poder convencer a un inversor que debería invertir millones de euros en un proyecto arriesgado, sabiendo que los inversores son reacios al riesgo, que el dinero es un recurso tan escaso que solo seis de cada mil proyectos en los EEUU consiguen financiación y que de estos, entre el 50-80% no llegarán a su cuarto aniversario.

Si eres un emprendedor europeo, la situación es aún más complicada. En el tercer trimestre de 2010, por ejemplo, los VCs estadounidenses invirtieron $2.900 millones en 304 empresas. En comparación, los VCs europeos invirtieron el 70% menos en la mitad de operaciones ($847 millones en 161 empresas). Los emprendedores británicos tienen más opciones, ya que reciben 34% de la inversión europea. Si la lluvia y la comida londinense no te convencen, también tendrás más oportunidades en Francia ($147 millones invertidos en 30 empresas) e Israel ($67 millones invertidos en 12 operaciones).

No te digo que tienes que abandonar España. Solo te advierto que las posibilidades para el emprendedor español son chungas. Los VCs en el “Sur de Europa” invirtieron $34 millones en 7 operaciones en el tercer semestre de 2010, solo el 4% de todas las inversiones en Europa y el 0.9% de las inversiones a nivel mundial. Y la cantidad de la inversión afecta a la calidad de la empresa. Piensa, por ejemplo, que el modelo de negocio actual de Google era su cuarto intento después de una inversión de $20 millones. Si el inversor no entiende que emprender es un proceso de prueba y error, sus expectativas irrealistas van a estrangular la empresa.

Da igual donde resida, el emprendedor ambicioso tiene que crear, creer y vivir en su propio mundo donde estas realidades tristes no pueden desanimarle demasiado. A la vez tiene que aceptar que sus amigos y familiares no siempre quieren –o pueden– vivir en su mundo irrealista. John Gartner, autor de “La Ventaja Hipomaníaco”, explica que muchos emprendedores son “hipomaníacos”: “Si eres maniaco, piensas que eres Jesús. Si eres hipomaniaco, piensas que eres el Mesías del sector tecnológico.” Y los inversores internacionales buscan a emprendedores con esta pasión, porque el éxito exige una determinación absoluta, lo que podría crear en el emprendedor una vida bipolar o al menos fomentar episodios duros de reality checks con su pareja, amigos y familiares.

Durante gran parte de mi vida era “hipomaníaco”, un soñador insoportable con delirios de grandeza que frustraron a mis parejas y familiares. Pero veo que mi hermana ya es más soñadora que yo. Hemos cambiado de posiciones. Ella sigue creyendo en “Yes, I can” y yo ya no lo tengo tan claro. Ella es muy afortunada, pero quiere más. Tiene fe en que puede adaptar el mundo a ella. Tiene ganas de crear y aportar algo al mundo que sea permanente e importante. Y quiere forrarse. Se llama ambición. La tuve en mayor medida cuando llegué a España, y voy luchando por mantenerla.

La ambición es el motor del emprendimiento, el motor de la creación de nuevos trabajos y el motor del capitalismo. En los EEUU en 2007, por ejemplo, las empresas de menos de cinco años de edad crearon casi 70% de los nuevos puestos de trabajo. España, con su 20% de paro, necesita mas emprendedores. Necesita que los soñadores brillantes tengan incentivos para experimentar y crear, a pesar de la casi certeza de fracaso inicial, y sin miedo a que un error signifique haber hipotecado su futuro o estar estigmatizados para el resto de sus vidas. Tal como van las cosas ahora en España, si un emprendedor en los EEUU, el Reino Unido o Francia tiene que tener la fe de San Pablo, el emprendedor español tiene que tener la fe de un terrorista suicida.

Saludos y suerte!