Cuando se habla de inversión ética y socialmente responsable, todo el mundo piensa en no comprar acciones de empresas de armamento, de industrias descaradamente contaminantes o incluso de fabricantes de tabaco o licores…

Pero en los últimos tiempos asistimos a una corriente inversora quizás más dañina: la que especula con los alimentos, sobre todo los cereales y el arroz que constituyen la base del sustento para los países más pobres del planeta.

Las materias primas se han convertido en casi lo único que sube, en el desolado panorama inversor de los últimos meses. Ahí se incluyen el petróleo, el oro, los minerales… todos ellos estimulados por una fuerte demanda y una no menos fuerte especulación. Pero el fenómeno es aún más grave en las llamadas materias primas «soft», las agrícolas.

Cierto: la demanda también ha subido. Los chinos quieren comer carne y eso está provocando que se destinen a alimentar al ganado los cereales que antes iban directamente a los estómagos más pobres. Y los biocombustibles hacen lo mismo: convierten en gasolina el maíz tan necesario para quien ni siquiera sueña con tener coche.

Aparte de esta demanda (lógica la primera, no tanto la segunda), también en torno a los alimentos se especula, y mucho. Las opciones y futuros fueron inventados por los chinos hace cientos de años para cubrir los riesgos de las cosechas de arroz. Pero la cobertura degenera en especulación pura y dura, y muchos productos derivados y fondos de inversión permiten a los inversores (que huyen de la Bolsa y de la renta fija) apostar por los precios de subyacentes tan sensibles como los cereales.

Pero, como se decía antes, con las cosas de comer no se juega. No es ético invertir en el hambre del mundo.