Por…  Beatriz De Majo
La reunión de Barack Obama con quien heredará el gobierno chino a inicios del año que viene, derramó mucha tinta en todas partes. El mundo asistió a un pulso muy singular entre dos titanes, Barack Obama y Xi Jinpeng , quienes tienen mucho en común: mucho por qué batallar, mucho en dónde colaborar y mucho de resentimiento mutuo.

La relevancia planetaria de ambos es indiscutible y los temas de los que conversaron inciden sobre la dinámica de muchas naciones. El potencial de crecimiento que aún exhibe China en momentos de crisis en la economía americana y en la europea le otorga a la nación asiática una importancia particular y determina una influencia decisoria en el curso económico global en los años por venir.

El hecho de que este país pase a ser el primero del mundo en su talla económica a la vuelta de muy poco tiempo, el hecho de que participe cada vez más activamente en los asuntos políticos internacionales y el hecho de que aspire igualmente a ocupar un lugar preeminente en los temas militares planetarios hacen que se mire al Dragón de Oriente a la vez con respeto y resquemor. Nadie es capaz de refutar que China es un gran líder universal.

Con todo ello, en el decorado se sentaron a dialogar los dos individuos.

Uno, con la fuerza que otorga la seguridad de convertirse en pocos meses en el mandatario del conglomerado más grande del planeta; y el otro, con la importancia que le otorga ser la primera figura de la más grande democracia planetaria, con altos chances de conducirla por cuatro años más. Con dos estilos personales, dos herencias culturales, dos filosofías y comportamientos políticos diferentes se estrecharon las manos Xi y Obama mientras evitaban poner sobre la mesa sus gigantescas diferencias.

Le tocó entonces a Joe Biden manejar los asuntos espinosos de la relación mutua y ser frontal con el visitante. Con estoicismo digno de la milenaria sociedad china, el emisario de Beijing resistió las interminables reuniones en las que su par le presentó el largo listado de desencuentros que separa a las dos grandes potencias.

Allí salieron a relucir desde tópicos bilaterales como las prácticas comerciales desleales relacionadas con la tasa de conversión del yuan, hasta el desacuerdo americano por el bloqueo chino y ruso a la condena del Consejo de Seguridad hacia las prácticas violentas de Bashar Al-Assad en el país sirio. América Latina no fue motivo de referencias verbales ni siquiera de comentarios entre los dos políticos, a pesar de que en los últimos años la creciente presencia china se ha vuelto tentacular en el hemisferio.

Ni una crítica velada ni una advertencia temprana hubo que trasluciera la legítima preocupación estratégica que esta pesada gravitación causa en la capital americana. Disputándole la primacía que Norteamérica ha conservado tradicionalmente, América Latina se ha convertido en el foco primario de las inversiones chinas de carácter no financiero fuera de sus fronteras.

Razones hay de sobra para estar atentos a la significación de este silencio elocuente.

Suerte en sus inversiones…