Quince minutos antes de saltar al césped del Estadio Olímpico de Roma, el 27 de mayo de 2009, los jugadores del F. C. Barcelona no recibieron una charla táctica ni una encendida arenga de Guardiola. Justo antes de enfrentarse a uno de los retos más importantes de su vida como deportistas, lo que hicieron fue ver siete minutos de ‘Gladiator’.

Los blaugranas salieron enfebrecidos al campo, dominaron al Manchester desde el primer minuto y terminaron alzándose con la copa de campeones de la Champions League de aquel año.

 

Sirva este ejemplo como muestra de las diversas ramificaciones y alcance que tiene el cine, un arte que puede ser más, mucho más que un simple entretenimiento.

Famosos discursos, desde los de ‘Espartaco’ a ‘Patton’, pasando por el ‘Braveheart’ de Mel Gibson, son utilizados en escuelas de negocio, charlas y conferencias, bien para enardecer a los oyentes, bien para explicar cuestiones como el liderazgo o la capacidad de superación.

 

Porque el cine influye en la gente. Y mucho más de lo que conscientemente nos damos cuenta.

 

Hace unos días, el FBI hacía público un vídeo de un minuto de duración, protagonizado por el actor Michael Douglas, para luchar contra la corrupción financiera en los mercados bursátiles norteamericanos. Aunque, en realidad, a quien apelaba el vídeo era a un personaje interpretado por el actor en 1987: Gordon Gekko.

 

En ‘Wall Street’, Douglas daba vida a un engominado ejecutivo que, carente de todo escrúpulo, defendía que la avaricia era buena, que la avaricia salvaría a América y, con tal de enriquecerse, no dudaba en hacer mal uso de información privilegiada, justo el delito contra el que previene el FBI. Como señala el agente especial del cuerpo, David A. Chaves, «pensamos que solo él podía hacerlo».

 

En el vídeo, que comienza con la famosa declaración de principios de Gekko, Michael Douglas señala que «aquello era ficción, pero que el problema es real». Y nadie mejor que él para dar fe de ello, no en vano, muchos profesionales auténticos del mercado financiero se acercaban al actor para confesarle que, en realidad, estaban totalmente de acuerdo con aquella filosofía.

 

Los intentos del FBI por influir en la opinión pública a través del cine no son algo novedoso, como la más reciente película de Clint Eastwood, ‘J. Edgar’, se ha encargado de demostrar. De hecho, títulos como ‘FBI contra el imperio del crimen’, dirigida por Mervin LeRoy en 1959, son un claro ejemplo de cine hagiográfico que trataba de congraciar al público con los defensores de la ley, táctica muy utilizada por el Ejército de los Estados Unidos cuando se trataba de predisponer a la población hacia algún tipo de intervención bélica.

 

Pero no solo los ‘buenos’ han influido en los espectadores. El cine de gángsters, por ejemplo, ha contribuido a crear mitos e iconos cuyos ejemplos aún siguen siendo copiados, imitados y reverenciados en el mundo entero. Así, como bien recordaba Roberto Saviano en ‘Gomorra’, los chavales del Nápoles más pobre y deprimido de la Italia contemporánea juegan a ser el Tony Montana interpretado por Al Pacino en ‘El precio del poder’, repitiendo sus frases más emblemáticas e imitando su gestos.

Tal vez en nuestra vieja piel de toro, nos tengan que poner películas moralizadoras para acabar con el despilfarro y la laxa moral de gobernantes, banqueros y demás dirigentes de pacotilla que nos han dirigido en cada una de las etapas de nuestros últimos años, parece que lo único que buscan todos ellos es el enriquecimiento rápido a costa del sufrido pueblo liso y llano y de todo aquel que no puede escapar a su control.

No estaría mal darles un tratamiento a todos ellos tipo Naranja Mecánica, para que odiasen el dinero, las prebendas etc,etc….

 

Y lo mas indignante de todo , es que cuando los condenan nadie les exige devolver todo lo que han robado, luego dicen que la justicia es ciega e igual para todos, pero siempre es ciega para  los mismos.

 

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