Por…  Beatriz De Majo C.

Fue Barack Obama quien calificó la relación bilateral con China de los próximos años como una en la cual la segunda economía del mundo sería, a la vez un adversario y un potencial socio. Para Mitt Romney , China es un asociado con el que se deben tejer lazos de colaboración siempre y cuando los asiáticos abracen el camino de la responsabilidad.

Por su lado, los chinos ven la relación de modo diferente.

La agencia oficial de noticias Xinghua, con una buena dosis de arrogancia comentaba, a raíz del tercer debate público que protagonizaron los dos candidatos, que cualquiera que fuese el gobierno que se den los americanos, el que resulte electo no tendrá otro camino que encarar el inevitable crecimiento de China y buscarle una honrosa salida a Estados Unidos dentro de su “esclerótica ineptitud” para adecuarse a tal realidad.

Lo que los líderes chinos están viendo con fruición desde la distancia, y posiblemente felicitándose de ello, es la dramática pérdida de competitividad del superpoderoso líder del mundo.

El tema reviste una profundidad que Estados Unidos no se atreve a poner en este momento sobre el tapete, tampoco.

Es cierto que, como asegura Romney, China es un país que manipula a su guisa la convertibilidad de su moneda y olímpicamente se dedica a piratear la propiedad intelectual ajena.

Pero no es menos cierto que desde los Estados Unidos se han estado haciendo esfuerzos ciclópeos para captar la pujanza consumista china, una estrategia que les permite hoy cacarear con visible orgullo haber duplicado sus exportaciones durante el gobierno de Obama.

Ni uno ni otro pueden permitirse el lujo de ignorarse mutuamente.

La interdependencia a esta hora, en la realidad, es no solo creciente, sino amenazadora para los dos lados de la ecuación. Es cierto que los Estados Unidos han duplicado sus ventas a los asiáticos en los últimos cuatro años del gobierno actual, pero no lo es menos que el total de sus importaciones de China en solo un año se catapultaron algo más de 20 %.

No hace falta resaltar que tanto una corriente de comercio como la otra generan al propio tiempo puestos de trabajo y pérdida de ellos, así que más les vale a ambos cuidar minuciosamente la relación que los acerca.

Y hay que tener en mente que el tamaño de los intercambios mutuos amerita un trato responsable de cualquiera de los dos lados, ya que estamos hablando de 1,5 trillones de dólares en guarismos americanos.

Ambos pivotes de la dinámica mundial deberán invertir tiempo y energía en construir, en los años que vienen y con los nuevos gobiernos en puertas, relaciones sólidas, beneficiosas y perdurables, al tiempo que el gigante número uno se ocupa de reconstruir su malograda economía de las secuelas de la crisis financiera que ellos mismos fraguaron y, el gigante número dos se dedica a evitar que la desaceleración perniciosa en proceso de gestación se lleve por delante no solo a sus propios entes productores sino a todos aquellos otros que en el mundo dependen de la pujanza china. Sociedad, mucho más que rivalidad, debería ser el nombre del juego.

 

Suerte en sus inversiones…