Por… Juan Carlos Jaramillo

Dentro de las funciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) está la de ofrecer a sus miembros opiniones técnicas sobre lo que la institución considera son las “mejores prácticas” en materia de política económica. Esas opiniones se basan en la experiencia acumulada por el Fondo durante más de 60 años. Los consejos que se ofrecen están sometidos a crítica permanente por parte de centenares de expertos que analizan qué funciona, y qué no, en materia de política económica, bajo diferentes circunstancias.

Dada la manera como se estudian y re-estudian diferentes posiciones, las orientaciones sugeridas por el Fondo son bastante estables y los cambios, cuando los hay, son moderados. Por ello, no dejaron de sorprender varias propuestas hechas públicas por el Economista-jefe del Fondo, Olivier Blanchard, que rompen de manera marcada con las tradicionales posturas en materia de inflación y regulación financiera. Una propuesta separada hace sugerencias respecto a los movimientos de capital. En los tres casos se plantean cambios marcados respecto a las posiciones sostenidas hasta ahora.

Por razones de espacio, en esta ocasión haré referencia solo a la propuesta sobre inflación. En una próxima columna explicaré las otras dos.

El Fondo ha sido siempre de la opinión de que la tarea fundamental de la política monetaria debe ser el control de la inflación, en contraposición a la visión que sostiene que se deben perseguir objetivos duales: mantener a raya la inflación y estimular la actividad económica.

La nueva propuesta no plantea, al menos de manera explícita, cambiar el objetivo, pero sí sugiere elevar entre 2 y 4 por ciento las metas de tasas de inflación, desde el 0 a 2 por ciento que han venido planteando hasta ahora los bancos centrales serios del mundo. La justificación ofrecida es que, con tasas de inflación más altas, es más fácil generar las tasas de interés reales negativas (tasas de interés inferiores a la inflación) que parecen necesarias para combatir una recesión como la actual.

El argumento de que entre más alta sea la inflación, más fácil será tener tasas de interés negativas es correcto, pero de allí a concluir que tasas de inflación más altas son preferibles, hay mucho trecho. En primer lugar, es un argumento válido para una situación que no se presentaba desde hace más de 60 años. Y, en segundo lugar, hay que preguntarse cuáles son los costos de inflación más alta. Existen multitud de estudios que muestran que una inflación más elevada va acompañada de inflación más variable. Esta variabilidad genera incertidumbre, lo cual afecta negativamente la actividad económica. Por tanto es bien posible que “lo que se escriba con la mano se borre con el codo”. El resultado final bien puede ser más inflación y menos crecimiento.

Suerte en sus inversiones…