Por…  Beatriz De Majo C.

El día en que los chinos tomaron la iniciativa de desarrollar una industria vinícola, las sonrisitas sarcásticas proliferaron en los grandes viñedos del mundo.

Desde la región de Mendoza, en Argentina, pasando por Napa y Sonoma Valley, en California, completando con la Rioja española, las regiones de Bordeaux y Bourgogne en Francia y las localidades vinícolas de la Toscana o incluso en los cultivos australianos, todos se alzaron de hombros.

Siendo la milenaria China un país no consumidor de caldos difícilmente podría llegar a tener un sector vitivinícola de calidad y al mismo tiempo competitivo. Pero todos estos se han equivocado.

Es cierto que el tema calidad representa aún una cuesta empinada para ser alcanzada por parte de las bodegas locales, pero en materia de cantidad el país asiático se está haciendo sentir. 16.600 hectáreas dedicadas al cultivo de la viña están ya repartidas en seis provincias y la producción nacional alcanzó 1.089 millones de litros en 2010, superando en 13% su propio récord de 2009.

En el terreno de la demanda, si bien el consumo de vino ha alcanzado apenas 1,15 litros por cabeza, contra 35 en España o 55 en Francia, las cifras globales del país van resultando tentadoras cuando el sector anticipa que, creciendo interanualmente a una tasa de 20%, en 2014 los chinos adquirirán 128 millones de cajas de la bebida espirituosa.

Es una realidad que en términos numéricos China constituye ya un mercado de un potencial considerable, tanto en términos de producción local como de mercado atractivo por conquistar.

La democratización del consumo de vino va siendo una realidad en los centros urbanos, pero el paladar se inclina por una fórmula autóctona sin parangón en sabor o calidad fuera de sus fronteras.

Como la producción nacional no da abasto con la demanda doméstica, se importan caldos extranjeros para producir mezclas adaptadas al paladar de los asiáticos. En este último terreno, ya los españoles pusieron una pica en Flandes y el año pasado enviaron 47,2 millones de litros de vino, de los que solo un 20% iba envasado.

Con esta dinámica como telón de fondo, desde 2010 China ingresó en el Club de los 10 primeros productores mundiales y se clasificó como el 7. Ahora queda por educar ese gusto -una tarea titánica cultural y de mercadeo- y proporcionarles a los consumidores chinos caldos de mejor calidad y precio.

El sector no está contento con solo manejar los ingentes volúmenes producidos para la población local. Los productores se han propuesto exportar y para competir en los mercados de alto consumo es necesario también incluir el elemento calidad en la ecuación. Es así como bodegas de origen chino como Changyu AFIP, fundada en 1892, han comenzado a colaborar industrial y comercialmente con sus pares de Estados Unidos, Francia, Italia y Portugal y ya están presentes en los mercados de 27 países.

Si los cultivadores y productores organizados se decidieran en serio a seguir los pasos del esquema de producción y penetración de Napa Valley, que los chinos consideran un modelo para emular, la industria vinícola del mundo debería desde ya poner sus barbas en remojo.

Suerte en su vida…