Por…   Martín Krause

Se dice de los alemanes, que los terribles efectos de la hiperinflación de 1923 han dejado grabado en su conducta un fuerte rechazo al menor asomo de incremento de precios por sobre unos pocos puntos porcentuales. Habría pasado a ser parte de su cultura, ya que no habrá ahora ningún alemán vivo que tuviera consciencia de lo que sucedía. Hay muchos más que pueden recordar aún los tiempos duros de la posguerra y tal vez lo hayan transmitido a sus hijos.

En el caso de los argentinos la experiencia es mucho más reciente, la hiperinflación tuvo lugar en 1989, aunque luego vivieron una crisis peor en 2001/2002 si bien no asociada directamente a la inflación sino al colapso del sistema que había contribuido a dominarla: la convertibilidad y la paridad fija entre el peso y el dólar.

Aunque no es sencillamente demostrable, muchos analistas han señalado que la experiencia de la hiperinflación ha sido asumida como una lección que los argentinos no quieren repetir, al igual que tampoco quisiera recaer en gobiernos militares y el valor de la democracia ha pasado a ser parte integral de su cultura. También se ha dicho que el umbral de preocupación no sería tan bajo como el de los alemanes, pero que estaría en la figura convencional de “un dígito”. Hasta 9,9% parecerían soportarla, un 10% abriría ya las puertas de la preocupación y las fugas a ciertos activos o monedas para proteger su poder adquisitivo.

Esta última percepción pareciera predominar en el mismo gobierno, el que ha hecho todo lo posible para evitar que el índice de precios oficial supere ese límite, sin dudar en despachar de la agencia gubernamental que lo mide a todo aquél que se opusiera a la manipulación de los datos.

Las estimaciones privadas, sin embargo, e incluso algunas agencias de gobiernos provinciales, muestran ya un nivel de inflación que se acerca al 30%, superando ampliamente el límite antes mencionado. Sin embargo, la supuesta reacción de la gente no se manifestado. Es más, la situación parece no estar haciendo mella en las perspectivas electorales de la actual presidente. ¿A qué se debe esto? ¿Es acaso que estas otras fuentes de información no disparan la desconfianza como sí lo haría si provinieran del Instituto nacional? ¿Será acaso que hay toda una nueva generación joven que no ha vivido la hiperinflación y desconoce los efectos perversos de una inflación que se acelera año a año?¿Será también que nada importa cuando se vive bajo los efectos dopantes de un elevado consumo?

Pese a esa tasa de inflación, el consumo creció un 5% durante el año 2010, un poco más en el interior del país (6,1%) que en la ciudad de Buenos Aires (3%) aunque muy fuerte (9,4%) en la provincia de Buenos Aires, el corazón de la actual revolución agrícola-ganadera. La política monetaria expansiva y las bajas tasas de interés desincentivan el ahorro y generan incentivos para el consumo. El pago en cuotas ha hecho que el consumo de electrodomésticos aumentara un 65% en 2010. ¿Será que todo está bien en tanto pueda tener el nuevo televisor o la heladera o pagar el viaje en cuotas que no se sienten si al final van a costar mucho menos?

El efecto “heladera” o “TV plasma” ha hecho ganar más de una elección, y bien podría ser que esto vuelva a suceder el próximo Octubre. En tal caso se volverá a demostrar otra faceta de la diferencia existente entre argentinos y alemanes: a los primeros la memoria inflacionaria les dura muy poco.
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